sábado, 8 de diciembre de 2018

DEFENSA DE LAS EXCEPCIONES de Andrés García Cerdán


DEFENSA DE LAS EXCEPCIONES de Andrés García Cerdán. Colección Visor de poesía. 34 poemas y 64 páginas, con dos citas al comienzo, una de Denis Levertov en inglés y otra de Paul Klee en español, más una dedicatoria. El poemario no está dividido en partes, es un todo magmático.

DEFENSA DE LAS EXCEPCIONES de Andrés García Cerdán. Colección Visor de poesía. 34 poemas y 64 páginas, con dos citas al comienzo, una de Denis Levertov en inglés y otra de Paul Klee en español, más una dedicatoria. El poemario no está dividido en partes, es un todo magmático.


            Si la inteligencia y su bravura nos hace sumisos o rebeldes, todo escritor es un puzle repartido en la opinión de sus lectores, por eso, cuando un lector comparte su opinión lo que comparte son las luces y las sombras de una realidad “cuántica” (la lectura), que le transfiere al observador un papel crucial, casi místico. En estos tiempos que corren un libro puede ser lo más parecido que hay a un kit de supervivencia. Toda opinión, como “en el sueño mínimo del átomo/ las cosas son, pero no son, y nada/ hay que sea certeza y solidez”, depende tanto del observador-receptor como del autor-emisor. Aquella cita archiconocida de Gabriel Celaya, que dice “la poesía es un arma cargada de futuro”, viene aquí como anillo al dedo para introducir este poemario guerrillero, al menos en intención y potencia sublimada. Walt Whitman dijo que “no dejes de creer que las palabras y las poesías sí pueden cambiar el mundo”, y es desde esta premisa de donde parece haber partido nuestro poeta. Andrés García Cerdán, que le “enaltece el extrarradio” y esa llanura en llamas que tanto quiere, se convierte aquí en el Robin Hood de “la escuela poética de Albacete” y de los versos periféricos que dan en la diana de la buena poesía y su influencia cada vez más laureada.

            La portada nos recibe con una flecha en amarillo (de Carmina Ramírez Belmonte), una señal que indica el camino a seguir o la diana a la que apunta. El título del libro nos deja muy claro cuáles son sus verdaderas intenciones “contra el orden que duele”. Es una incitación a tomar partido, a definirse y señalarse independientemente de las consecuencias, para así entrar en el club de los elegidos. Por eso, si la excepción confirma la regla, “Defensa de las excepciones” es un poemario que viene a lo contrario, a convertir la voz en credo y duda de los inconformistas y los rebeldes. Un libro cuya lectura te “conecta umbilicalmente” con el autor y su mundo particular de observador cuántico con cierto pedigrí “underground”. Andrés García Cerdán, como un francotirador, “con la lentitud de un amor que quema”, aprieta el gatillo de la buena poesía para que la palabra (hecha bala) nos alcance con la mayor precisión posible, quizá aspirando a ser vacuna en el mejor de los casos.

En la contraportada, la sinopsis nos aclara que el libro “es una llamada a la disidencia y la rebelión espiritual. Desde el vitalismo, estos poemas deslizan su gran rechazo de los límites, las certezas y las imposiciones del mundo contemporáneo”. Rubén Martín Díaz nos dice: “Andrés García Cerdán es un revolucionario. Y, además, uno de los buenos, de los que están en primera fila y no fallan, porque escribe verdadera poesía”, y añade que en el libro hay “pluralidad de referencias culturales, lenguaje contundente, formas cuidadas del poema, importancia de la adjetivación para dar mayor énfasis al verbo, variedad temática…” El propio autor confiesa que “es mi poemario más desnudo y directo… Es mi poemario más personal y menos literario en el sentido de que es mucho más libre en las formas”. Parafraseando la opinión del autor en otros foros, su poesía no es “poesía basura, low cost, de autoayuda, fécula de poesía, postureo poético”. Él lleva el poema a “lo más lejos posible en su indagación de la naturaleza, el ser, las palabras”, porque también piensa que “ahí afuera todo da un poco de pena, todo es un poco demasiado sórdido y estéril”. Y es que Andrés García Cerdán es un poeta de casta, a lo Miguel Ángel Velasco podría decirse.


                        Los primeros versos son un acto de contrición “en su estado más puro”. “Me equivoco. Cometo errores./ Digo cosas inoportunas” –confiesa. Pero no penséis que es derrotista, no bajéis la guardia, porque pronto pasa al ataque. Este poemario, en cierta medida, es un alegato para rebelarse contra esos discursos oficiales que nos imponen una versión unívoca (para dejar de ser críticos) y contra ese lenguaje impostado de lo políticamente correcto que toca defender porque a alguien desde arriba le interesa y lo decide así, aunque el incorrecto a veces también adolece de lo mismo. Es una provocación para que seamos dueños de una libertad real en lucha contra los tiranos de la opinión que hay en todos los frentes. Con un “Atrévete a decir lo que te duele” –nos exhorta para que seamos dueños de nuestra opinión, libre de intermediarios. Un libro en el que late cierto panteísmo underground en estrecha alianza con una poesía social sutilmente envuelta en un “misticismo lisérgico” como él mismo manifiesta. Títulos y álbumes de canciones, poemas, pintura, nombres de bandas, autores… Una especie de sinestesia general parece nutrir su experiencia (de música, de poesía, de pintura) saltando de una a otra en acrobacia lírica y espiritual hasta convertir el corazón del libro en un “disco de vinilo” deliciosamente subversivo. La otredad, como un viento frío de la meseta, como “un golpe de aire en la cara”, es el espíritu que habita en él, desde una nueva perspectiva del prójimo, de hecho, el segundo poema se titula “Los otros”, que podría leerse como una poética del ser colectivo por encima del ser solitario. El autor, desde una perspectiva individual puesta al servicio del otro, escribe “contra la corrección insoportable”, “contra la horrible semejanza de todo”, aunque paradójicamente lo que pretende este libro es la comunión de todos los hombres “que dicen no”. O sea, que su verdadera “estructura profunda” es la palabra convertida en hostia lisérgica de una revolución sumarísima.

La elección de ciertas palabras y no otras, como si fueran un reguero de pólvora o puertos, determinan el destino ideológico y ético de cualquier discurso. Y esa elección es otro itinerario más que hace que los conceptos sean la verdadera luz de cualquier libro, el mensaje encriptado de los poemas y su diálogo alucinógeno por lo que las palabras tienen de extrasensorialidad, poder visionario y también subliminal. Como un acto revolucionario el libro está sustentado en palabras-comando como: “explotan, francotirador, Plaza de la Revolución (francesa, con la guillotina al fondo), Ilustración, Robespierre, Guerreros comanches, arco, sublevación, graffiti, enemigos, asesinato, bala, gatillo, disparo, muerte, soldado, monstruo, decadencia, libertad, “cruz tóxica, atómica”, sacrificio, imbéciles, punk, Dios, cuervos, conciencia, dolor, amor, perdón y un largo etcétera. Detrás de todo libro hay una filosofía y una postura vital que sustenta el edificio, una arquitectura de pensamiento que actúa como dovela central del puente que unen al autor con el lector. Y en especial para Andrés García Cerdán, que sabe que las palabras tienen un nivel cuántico-freático y una longitud de onda que las convierten en fetiches mágicos de las conjuras y de las utopías.

            En “Defensa de las excepciones”, título que actúa como pegamento de un conjunto variado de poemas, hay homenajes e intertextualidades que trazan caminos paralelos, multitud de connotaciones, otros itinerarios dentro de la misma odisea del libro, ideologías, en suma. Nombres que desfilan casi de manera marcial, al fin y al cabo, y que actúan como pócimas o hechizos dentro del libro, como delicadas matrioskas. Cada mención o referencia es una línea de fuerza que sustenta la arquitectura y el pensamiento que ha recorrido el autor para construir este poemario. Así aparecen Paul Valery, Charles Simic, Noam Chomsky, Heisenberg, Sócrates, Cang Jie, Platón, Johannes Vermeer, Antonio Gamoneda, Horus, Jhon Lennon, Jorge Riechmann, Homero, Ulises, Nietzsche, Czeslaw Milosz, Jan Boleslaw Ozóg, Jan Twardowski, Marylin, Plutarco, Frankestein, Emanuel Swedenborg, San Andrés, la banda “Los planetas”, Anne Sexton, Evelyn Waugh, Dylan, El Bosco, David Bowie, Egon Schiele,  Iggy, Rolling Stones, Robespierre, Rimbaud, Orfeo…Todo nombre que aparece en un libro es un recorrido intelectual previo que ha realizado el autor hasta cristalizarlo allí, en el poema, y que actúan como vasos comunicantes o veneros. Con los lugares ocurre algo similar. También nos indican otros caminos, otras vías de conocimiento y de trance que “trazan un recorrido eléctrico”. Así, a través de sus versos también viajamos a Delft, Holanda, China, Hawai, Río Avon, Inglaterra, Sohach, Egipto, Liverpool, Tíbet, Görtlizer Park, Berlín, Oranienstrasse, Basilea, Polonia, Lévcade, Grecia, Fuenteálamo, Albacete, Etna, Sicilia, Istambul, Turquía… Otros nombres, a modo de sutiles dedicatorias u homenajes dejan entrever otros senderos vitales como son José García Armillas y familia, Carmina, Félix y Diego Sánchez Aguilar.

El propio autor lo escribe en la página 31: “La diferente longitud del verso/ y el lugar al que llega/ cada vez que intentamos decir algo/ esculpen una línea de costa imaginaria/ en el poema”. En prosa poética o en eneasílabos, alejandrinos, endecasílabos, heptasílabos, tetrasílabos, trisílabos… los versos chocan como un oleaje silábico contra el acantilado que el lector supone, en busca de una musicalidad distinta, de una banda sonora alternativa que usa otra forma de cortar el verso y su cadencia, con la intención de que la realidad sonora del poemario vaya más acorde con los tiempos y los ritmos que vivimos. Versos de arte mayor y arte menor se mezclan para tocar un nuevo son, para musicalizar de otra manera, más cerca del jazz o del rock (a veces con tintes de balada) que de la cantata o la sinfonía; siendo el compás de los significados, más que la melodía de los significantes, quienes dominan la voz del poema y “ecualizan el canto”, como “una guitarra que se afina/ con el paso del metro”.

Cierta dualidad recorre el poemario en busca de una nueva teología, a modo de catequesis semántica, lírica y existencial que el libro tiene. “Dejadme que os diga que soy el ángel y el demonio”, “Dejadme que os bendiga”, “como el apóstol San Andrés” –reza en distintos momentos.

            Pero ¿qué es lo que pretende o busca el autor con este libro? “Ver más lejos que el resto de los hombres/ y más profundo” –confiesa el autor, en cierta medida “ser un evangelista, pescador” de lectores, con la clara intención de hablarnos y “convencer(nos) de que es verdad/ todo esto que (dice)”. Qué es si no este libro, sino “el arco/ en la madera del nogal y el fresno/ …urdido según la curvatura/ exacta de los cielos”, un nuevo evangelio, otra forma de combate y de lucha, un arma poderosa en manos de un rebelde con causa, que usa la poesía y la música para sentirse vivo y poderoso. Un poemario que nos convierte al leerlo, consciente o inconscientemente, en francotiradores de la disidencia de un pensamiento inconformista e incómodo que está harto del pensamiento único y acrítico que nos pretenden imponer desde todos los frentes. “Defensa de las excepciones” es “un mínimo artefacto de amor”, es “lo más propio y lo más sagrado” del autor, “la parte esencial/ de (su) inocencia”, un auténtico “electrocardiograma lírico” que podría explicarse como un mapa donde “El corazón explota a diferentes profundidades” “del cielo y del infierno” y que “late de hermosura”, con sus curvas de nivel, sus múltiples escalas líricas y sus distintas coordenadas musicales. Su epicentro sísmico es el amor, que late a pecho descubierto como llave maestra que abre todas las puertas de los cambios. Un libro que funciona como una vena y una arteria, un ring en el que combaten dos fuerzas creadoras, el bien y el mal. “Que la bondad/ o el rencor sean luz” –dice en la página 25. Hay que leerlo porque Andrés García Cerdán es un poeta que lleva “en el corazón la nobleza y la aventura” de los mártires, y aspira a la “impregnación” de hacerse “melodía de una galaxia/ o la conciencia” de una época, nada más y nada menos.

Custodio Tejada

Opiniones de lector

diciembre de 2018


DEFENSA DE LAS EXCEPCIONES de Andrés García Cerdán. Colección Visor de poesía. 34 poemas y 64 páginas, con dos citas al comienzo, una de Denis Levertov en inglés y otra de Paul Klee en español, más una dedicatoria. El poemario no está dividido en partes, es un todo magmático.


martes, 27 de noviembre de 2018

EL CUARTO DEL SIROCO de Álvaro Valverde


EL CUARTO DEL SIROCO de Álvaro Valverde. Tusquets Editores – Nuevos textos sagrados. 75 poemas y 173 páginas, con una dedicatoria que abre el libro, un prólogo “La stanza dello Scirocco” del propio autor, tres citas iniciales (de Kenneth Koch, Anne Carso y Emily Dickinson) y una nota final “Notas, agradecimientos y dedicatorias”.





EL CUARTO DEL SIROCO de Álvaro Valverde. Tusquets Editores – Nuevos textos sagrados. 75 poemas y 173 páginas, con una dedicatoria que abre el libro, un prólogo “La stanza dello Scirocco” del propio autor, tres citas iniciales (de Kenneth Koch, Anne Carso y Emily Dickinson) y una nota final “Notas, agradecimientos y dedicatorias”.


            No hay nada mejor que un buen libro de poesía para pasar una tarde de otoño sentado al brasero, aunque comentan por ahí en las redes que la poesía sólo la leen los poetas. Yo discrepo, pero si es así, ellos se lo pierden, los lectores digo. Al emitir un juicio también nos exponemos a ser juzgados al alimón. Así que mi opinión, lejos de la pretenciosidad, por la parte que le toca, con sus aciertos y carencias, humildemente sólo pretende eso, ser un simple punto de vista lector que se comparte sin más pretensión.

            Antes de abrir sus páginas, ya el título “El cuarto del siroco” te predispone para entrar en una estancia. Y toda estancia contiene un mobiliario y una vida repleta de historias, de muros, de pasillos, de rincones y ventanas que se asoman a un mundo evocador por lo que tienen dentro y lo que ven afuera. La sinopsis del libro nos allana el camino de entrada y es en las solapas donde nos encontramos con las primeras valoraciones que introducen al autor, las de Fernando Aramburu, Gonzalo Hidalgo Bayal y Francisco Javier Irazoki. En otras latitudes, Túa Blesa nos dice que la poesía de Álvaro Valverde es una “poesía eminentemente meditativa”, y que “Ese es el siroco, el grito del mundo, la pesadumbre de los acontecimientos, el sufrimiento de las gentes, “el horror de la historia”, lo que la vida trae a cada momento. De todo ese siroco, los poemas de Valverde son el cuarto en el que no oír todo ello y encontrar la salvación”. Juan Domingo Fernández añade: “Es la voz madura, natural, de un poeta sin otros énfasis que los de la emoción y la belleza”. Y Javier Morales completa que “el cuidado del lenguaje, la búsqueda de la palabra precisa, la austeridad, tan presentes en su poesía, guardan una estrecha relación con la mirada que tiene Valverde hacia la naturaleza”. El propio autor nos confiesa que “En el paisaje siempre encuentro motivos de inspiración”, y añado yo que también en los libros, que son en cierta medida otro tipo de paisajes por los que también pasea con idéntico asombro. También nos advierte que es su libro “menos unitario, y con latidos “in memoriam”. Con estas mimbres apadrinando el libro te descalzas con la intención de entrar en él sin armar demasiado ruido y no hacer ningún estropicio.

            El paisaje, en este libro, relata el discurrir de la escritura y los paseos de Álvaro Valverde a la vez que evoca el “Elogio de la pérdida” hecha testimonio, memoria y fe de vida. Como él mismo nos anuncia, es su poética “como el agua, metáfora y verdad” al mismo tiempo. El autor, en búsqueda constante del poema, “busca luz donde la noche/ enciende su memoria de infinito”, porque es el pasado el sendero que “marca la dirección” de sus renglones y de sus huellas.

            La atmósfera del libro resulta en algún modo enigmática, donde el amor (a las personas o al territorio), tema principal que sustenta toda la arquitectura del libro, consigue transmutar la desazón en sosiego. “El cuarto del siroco” podría entenderse como un lugar lleno referencias y connotaciones, de recuerdos e intertextualidades que “viven hacia dentro”, hacia la melancolía y el agradecimiento. Álvaro Valverde, “un poeta necesario” como se nos advierte en la solapa, elige “ser un hombre, sólo alguien/ que funda su destino”, que nos deja sus certezas y su poesía como un itinerario por el que transitar los paisajes físicos, lingüísticos y de pensamiento que tienen sus versos. Nos deja sus interiores casi convertidos en bodegones, en écfrasis de sí mismo, a modo de un peculiar Vilhelm Hammershoi que pinta su alma con palabras, que llena sus poemas de naturalezas vivas y muertas. Sus versos son vestigios que nos llevan más allá de los propios versos, nos conducen a “las conversaciones que allí duermen” “para dar(nos) noticias” de una belleza desconchada que habita en la memoria convertida en terreno casi de la ensoñación.

            Las hojas del libro, no siempre escritas por su haz y su envés, nos hacen viajar a través de las palabras, por el espacio y por el tiempo teñidos de evocaciones, reflexiones y nostalgias. Y es que su lectura si es algo es precisamente eso, un viaje, un recorrido geográfico (físico y humano) que nos lleva por un itinerario que no siempre tiene que ser el mismo para cada lector. Cada libro atesora un mapa de significados, de nombres, de lugares, de remembranzas, de emociones… Y “El cuarto del siroco” no iba a ser menos, es un viaje fascinante que nos lleva de un lugar a otro, de un ser a otro, de un tiempo a otro tiempo, podría decirse que por arte y gracia del lenguaje: Azuaga, Sicilia, Extremadura, La Habana, Ginebra, Lisboa, París, Babel, Esciros, Troya, Boston, Belgrado, Cáceres, Valladolid, Madrid, Mallorca, Trujillo, Évora, Wamel, Tierra Santa, Tánger, Pompeya, Kardamili, Plasencia… A modo de deudas o influencias, o al menos de ciertas admiraciones, una pequeña multitud de nombres siembran estas páginas, ya sea en forma de citas, menciones, dedicatorias o simples referencias. Así pasan ante nuestros ojos nombres como Miguel Hernández, Wallace Stevens, Vladimir Holan, Andrzej Stasiuk, Leopardi, Leonardo Sciascia, Lucio Piccolo, Joan Vinyoli, Luis Landero, Ricardo Piglia, María Zambrano, Laffón, Juan Ramón, Wislawa Szymborska. Antonio Colinas, Jiménez Lozano, Arcipreste de Hita, Sophia de Mello Breyner, Job, Aquiles, Ulises, Barba Corsini y Walter Gropius, Spinoza… Nombres todos que, colocados juntos, nos dan una idea de la enorme intertextualidad que yace en este poemario, de la cantidad de connotaciones y vasos comunicantes que ofrecen sus versos convertidos en calles y senderos, incluso metaliterarios. Además de otra retahíla de nombres de amigos y familiares que dan sentido al amor y que cierra el círculo del poemario, que están ahí y le “acompañan/. No sería el mismo sin tenerlos” –nos confiesa en la página 146, también añade que “Sólo los libros/ me sirven de consuelo/ en estos interiores donde habita/ la sombra y la penumbra”.

            Endecasílabos y heptasílabos, fundamentalmente, son las partituras que acompasan sus poemas, el ritmo tan elegante y armonioso que mece la lectura y que le da una cierta musicalidad de cantata. Poemas más extensos se entrelazan con otros más cortos, unos más narrativos o en prosa poética dan paso a otros más líricos y fulminantes que rozan casi lo aforístico; aunque en todos brilla lo enigmático y en todos fluye cierto misterio que solo se desvela en el paisaje físico y de pensamiento que todo lo envuelve como una especie de cobijo secreto, sabiendo que el paisaje, en cierta medida, nos inventa, nos interpreta y nos protege.

            En definitiva, como si fuera un gran arquitecto que construye su edificio con palabras, lo que nuestro autor pretende y ha conseguido notablemente es humanizar, emocionar a través de un libro excelente de buena poesía, o sea “construir/ (una casa sencilla) para hacer habitable/ nuestra vida compleja/” pg56 colocando las personas y los lugares justo en el centro de esa estancia, porque al final descubres, como lector, que también “es éste tu lugar./ Tú eres de él”. Y ahí sucede la gran metamorfosis que en el libro aguarda, entre paisaje y alma, entre autor y lector, con los agradecimientos y dedicatorias que abrochan y cierran el libro y la vida del poeta.

Porque qué es “El cuarto del siroco” sino una constatación “acerca de lugares… donde la muerte/ simplemente es más lenta”, una habitación con vistas llena de remembranzas y diálogos, de nombres y de libros, de poemas cada uno con su brisa y su viento acariciando el rostro del lector que abre sus páginas en busca de un refugio donde cobijarse, un vaso de agua que nos quita la sed o un viaje, una forma de huir de la intemperie, “voces…/ que han quedado prendidas/ de un recuerdo del eco”, en suma. Y como añadiría el propio Álvaro Valverde, “Ante este paisaje/ sólo resta callar”, y leer para disfrutar de la alta poesía y de la lección contemplativa-meditativa que el libro ofrece.


Custodio Tejada
Opiniones de lector




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jueves, 25 de octubre de 2018

HERMANO LOBO (Pedagogía silvestre) de Ulises Varsovia. Editorial Adarve.


HERMANO LOBO (Pedagogía silvestre) de Ulises Varsovia. Colección Verso y Color de la Editorial Adarve. 142 páginas y 65 poemas.

HERMANO LOBO (Pedagogía silvestre) de Ulises Varsovia. Colección Verso y Color de la Editorial Adarve. 142 páginas y 65 poemas.


            Un lobo aullando nos recibe en la portada y en la solapa esta advertencia: “No hay género literario más difícil que la poesía, más hermoso que el verso y más visual que la prosa poética. Por todo ello, no podemos quedarnos de brazos cruzados mientras desaparecen los últimos poetas o –peor- son sustituidos por juglares dulzones que cantan pálidos boleros”. Así es como la editorial Adarve nos presenta el poemario “Hermano Lobo (Pedagogía silvestre)” de Ulises Varsovia. A modo de prontuario, el autor nos advierte que es un “manual pedagógico… dirigido a un público extenso de amantes de la naturaleza… puede también ser utilizado en clases de biología y medio ambiente”. Ulises, coloca el foco de atención en “nuestra fauna amenazada”, “descubriendo tanto su físico como sus costumbres y atributos de manera amena y hasta divertida” –desvela en la contraportada. También confiesa a través de Facebook que “Hermano lobo… trata de un homenaje a nuestra fauna… 64 poemas, cada uno dedicado a un animal”. Aunque la obra data de 1995, esta primera edición de la editorial Adarve es de octubre de 2018. Los verdaderos protagonistas de este libro no son la fauna o la flora como pudiera parecer, sino la misma naturaleza poetizada, y a través de ellos, de sus poemas-animales, el alma del poeta aspira a ser ofrenda y parte del ciclo vital que supone el verso en la vida del lector. El mismo autor así lo confiesa: “Allí quiero volver cuando mi vida/ caiga…/ para nutrir de mi muerte al sistema”.

“Hermano lobo” es un libro repleto de intertextualidades y connotaciones, desde el propio nombre del autor, Ulises Varsovia, hasta el título, que nos trae a la memoria a Francisco de Asís, pasando por las múltiples referencias que aguardan esparcidas en sus páginas, la lectura está impregnada de significados fecundos que elaboran un nuevo contexto. Hace referencias a la mitología griega, a Dédalo en el topo o a Selena en la rana, lo que contribuye a generar un mar de interrelaciones y polisemias.

            Ulises Varsovia nos va dejando su poesía “a campo traviesa”, nunca mejor dicho. Y así lo imaginamos, con un bloc de campo y andando por esos mundos de Dios mientras observa todo bicho viviente, incluyéndose a sí mismo, a través del filtro de la naturaleza y la palabra. Nuestro poeta, como si de un Félix Rodríguez de la Fuente se tratase, da el puesto agazapado tras los versos y retrata a los animales con pericia de biólogo, pero también de humanista solidario con la causa: animales en peligro de extinción. Por sus poemas, en algunos casos con un deje casi mitológico y convertidos en hábitats líricos, también discurre, casi en paralelo, la huella del hombre a modo de espejo y contraste. Los títulos de los poemas, todos de animales, además de en español aparecen en su versión más científica y menos vulgar, en latín. Es curioso observar cómo a través de ellos el autor hace una radiografía a su ser poético, convirtiéndose, quizá, en otro animal más de su prontuario, el número 65, “Yo espié sus intimidades/ por horas camuflado en el follaje” –nos confiesa el propio autor, y es que este libro funciona como un “Gran Hermano” que escudriña en todas direcciones, hacia fuera y hacia dentro, hacia el futuro y el pasado, una mirada a los animales a través del hombre y su historia.

            Nos enseña a ver la fauna y la flora con otros ojos, desde la palabra exclusivamente, sin más imagen que el significado que ellas proyectan, nada más y nada menos, sin más guía que su instinto de poeta, con “sigiloso y ligero estilo”, “como un sonar obscuro” “en cinegética danza”. Con ellos, con los animales, vistos a través de los ojos hechiceros de Ulises Varsovia, viajamos desde el salón o la fortaleza de algún monarca hasta las cuevas de Altamira o Lascaux, a Norte Chico o Choapa, a la selva del Amazonas, al Rin y Costanza, o a las reminiscencias del cómic y los superhéroes de la mano del lirón y el mapache, a “la ambrosía de los dioses” o a “la danza de los siete velos”... Lugares que también les pertenecen a ellos y que nuestro autor se los devuelve en un ritual lingüístico y propiciatorio de conservación eterna a través de la poesía, que intenta atrapar la quintaesencia de esos 64 animales y de toda la naturaleza, además de la suya propia y por extensión la nuestra. Dos versos definen en una perífrasis al hombre y lo sitúa en el tiempo y el lugar que le interesa, para responsabilizarlo de la parte que le toca: “Antes que el bípedo insurrecto/ descendiera a la metafísica aullando”.

            Poemas de ritmo vertiginoso y musical en donde la interrelación de palabras y conceptos agilizan la velocidad del mismo y su significado último: “De la sierra arroyos linfas girantes” o “Espesura silente íntimo espacio”. Refiriéndose al “Apodemus sylvaticus” nos dice en la página 18: “¿Qué sería del sistema/ si no cumplieras tu destino…/ si no existiera tu vida?”, versos que en cierta medida guardan un paralelismo metalingüístico con la figura del poeta y su función lírico-existencial dentro del ecosistema humano. Te sobrecogen imágenes como las de ese búho que caza y lo compara con un ángel de la muerte o un espíritu de ultratumba. Las palabras se vuelven chamanes que invocan a los espíritus con sus ritos fónicos, como si fueran puentes de la historia o vasos comunicantes entre el mundo humano y el mundo animal (heraldos, samuráis, peregrino, romeros, gaitas, ermita, hilanderas, jerarca, señor feudal, gladiador…)

            Libro lleno de recursos y figuras literarias de las que enumeraré algunas. En el poema “Castor” la personificación se eleva a aspiración máxima del poema. Antítesis: “Nocturno cazador vegetariano”. Anáforas como las de la página 11 que te hacen imaginar la zancada del lobo aproximándose en carrera. Perífrasis: “el señor de la capa negra” para referirse al murciélago. Epanadiplosis: “la hora de la entrega, la hora”. Concatenaciones: “de su largo, largo exilio”. Paronomasias: “Trucha la trucha toda animada”. Metáforas, comparaciones, adjetivaciones, hipérbaton…  Y cuando llega el turno del cuervo alude a Edgar (Allan Poe), ampliando el mundo de las intertextualidades y las connotaciones, que tan bien se mueven por el libro. Usa con frecuencia en sus versos la estructura gramatical adjetivo – sustantivo – adjetivo: “íntima cola cimbrante” “húmedos campos removidos”, tríadas que dotan a sus poemas de un ritmo envolvente de significantes y significados como si fueran mantras demiúrgicos.

Libro que despliega magnetismo e invoca a la madre Naturaleza y su manto protector, libro que hipnotiza con sigiloso lirismo y zarpazos certeros para convertirnos en presas indefensas atrapadas por su poesía y su mirada. La poética de “Hermano lobo” va de lo animal a lo humano y viceversa, en un vaivén de razonamientos y paralelismos que convierten a los conceptos en cajas de resonancias. Ulises Varsovia, como una Apis mellifica, con su pedagogía silvestre, vacía en nosotros un “cáliz de néctar insigne” haciéndonos partícipes de una alquimia lírica y erudita. Si decidís transitar por esta jungla llena de poesía con mayúscula os recomiendo que no “desafiéis los espíritus del bosque”, más bien dejaros poseer por su aliento chamánico y evocador.


Custodio Tejada

Octubre de 2018

Opiniones de lector

http://custodiotejada.blogspot.com.es




HERMANO LOBO (Pedagogía silvestre) de Ulises Varsovia. Colección Verso y Color de la Editorial Adarve. 142 páginas y 65 poemas.




jueves, 19 de julio de 2018

DÉJAME, QUE LO ESTOY HACIENDO de Jorge López Vallecillos


DÉJAME, QUE LO ESTOY HACIENDO de Jorge López Vallecillos. Editorial Esdrújula- Dialéctica Ediciones. 255 páginas, un prólogo del doctor Juan Pasquau Liaño, 80 etapas o capítulos, un epílogo y un “agradezcos y disculpas” que cierra. Y un subtítulo a modo de reflexión: “¿Quién dijo que vivir es fácil?”.




DÉJAME, QUE LO ESTOY HACIENDO de Jorge López Vallecillos. Editorial Esdrújula- Dialéctica Ediciones. 255 páginas, un prólogo del doctor Juan Pasquau Liaño, 80 etapas o capítulos, un epílogo y un “agradezcos y disculpas” que cierra. Y un subtítulo a modo de reflexión: “¿Quién dijo que vivir es fácil?”.


                El autor, o el protagonista, mejor dicho, George de los viajes, recurre en la página 204 a una cita de Paulo Coelho que podemos interpretar como el leitmotiv de su aventura, una cita que puede aportar luz sobre sus verdaderas intenciones a hora de escribir este libro: “Todo ser humano debe mantener viva dentro de sí la sagrada llama de la locura y debe comportarse como una persona normal”. George se ubica, entre muchos otros sitios, en la película “Philadelphia” “entre Tom Hanks y Antonio Banderas”. Un libro, éste, que se puede leer también como un ajuste de cuentas consigo mismo y con el mundo en general.

                En la contraportada ya se pone sobre aviso, dice: “En este libro el autor nos hace partícipes de cómo se va perfilando paso a paso su propia vida, lo que le lleva a su propio lema para sobrevivir: -Déjame, que lo estoy haciendo-“. El propio autor nos confiesa en una entrevista concedida a Ideal que “mi libro es un relato de superación, vivencial” o “que es un canto a la vida”. Eva Monzón añade que “es un libro lleno de enseñanzas, y esta es la mayor de ellas: -La vida hay que vivirla con lo que te toque-“ o “paz. Esa es la atmósfera en la que se desarrolla el relato, con sus altos y sus bajos, sus idas y venidas y sus batallas perdidas y ganadas”. Juan Pasquau, el prologuista, manifiesta que “estamos ante una novela que, además de entretener –doy fe de que se puede leer de un tirón-, consigue imponer una visión optimista de la existencia” o “el esqueleto de la narración es de carácter dramático, hay sentido del humor… un círculo vital repetitivo”.

                El libro es una lucha contrarreloj por la vida, donde el protagonista pelea como un héroe por vencer al VIH, es un canto a la superación, la historia de un reto personal: vivir a toda costa. Es un libro lleno de ángulos muertos, pero también de ángulos muy vivos donde todos los caminos conducen a sí mismo, o sea, al protagonista de esta novela. Claustrofóbico a veces, conforme avanzas en la lectura convertida en pecio marino, descubres la parte de lector submarinista que hay en ti y el horizonte se expande hasta que la luz lo invade todo. Los pájaros se apoderan del lenguaje para dejar atrás la medicación y las enfermedades. Un relato que cuenta los últimos 23 años de George, que no para de reinventarse, ésta última vez como escritor.

                Sobre la página 100 sabes que “Déjame, que lo estoy haciendo” es, ante todo, un libro de viajes, y que el viaje es el mapa que guía todos los demás itinerarios que el libro tiene. Una odisea que hace del viaje su razón de ser, metáfora del significado último del libro, un viaje vital y geográfico, que se van entretejiendo ambos, hasta formar una novela de testimonio, casi un testamento vital literaturizado. ¿Autoficción, memorias, autoayuda?, una novela al fin y al cabo que cuenta la historia de un éxito, que no es la de vencer a una temible y terrible enfermedad, que también, sino especialmente cuenta la hazaña de conocerse a sí mismo, la de realizar un viaje interior fascinante.
                Un ciclón de acontecimientos nos espera, con una prosa directa y sencilla, hiperactiva y trepidante, con rápidos vertiginosos y remansos que a veces rozan la claustrofobia. Un libro donde puedes bucear sin miedo a que te devore la bicha del aburrimiento, aunque haya algunos momentos en los que la curiosidad por lo que acontece suba o baje en intensidad o creas que lo has vivido, ya que algo de reiterativo a veces tiene; pero hay muchos “puntos de inmersión” y muchos “atolones” en los que poder practicar el buceo esperanzador del ¡sí se puede! Este libro tiene un personaje principal, George, que es distinto del autor, Jorge, aunque compartan muchas cosas. Ambos son unos rebeldes con causa. Un viaje por hospitales, por ciudades, por medicamentos como hilos conductores. Centro Europa, India, Noruega, Portugal, Egipto y el mar Rojo, Singapur, Cabo de Gata, Guadix y resto de España, Andorra, México, Francia, Tailandia…Videx y Retrovir, Norvir, Crixiram, Interferón… medicamentos que llevan escritos entre sus componentes las huellas de muchas vidas y el dolor de muchos llantos, porque como se dice en las páginas 196 y 198: “Recuperarme del agotamiento del largo viaje era mi principal objetivo”, “(encontrar) suficiente energía para estar bien”.

                George es un hombre con un ego poderoso, siempre dispuesto a estar consigo mismo por encima de todas las cosas y a pesar de todos los contratiempos. No es este un libro para justificarse, sino una confesión que acaba siendo una declaración de intenciones donde el olvido no es sinónimo de arrepentimiento, sino el primer paso de un nuevo comienzo alejado de la compasión y de cualquier mal rollo. Cada libro como cada música tiene su momento y su efecto. “Nadar sobre arrecifes era una buena terapia sanadora” –dice en la página 205, y eso es lo que al final termina siendo este libro, un arrecife de renglones en el que cada submarinista lector deberá encontrar su propia recompensa o su descanso. “Porque cuando hay problemas es cuando hay que darle oxígeno al cuerpo y pasión al alma” –nos confiesa. Terminas empatizando con él porque George es un experto optimista que puede con cualquier negatividad que se le ponga por delante, sabiendo, eso sí, que toda “sanación es un camino largo”. Pero ¿qué busca nuestro protagonista entonces? La energía también de los lectores. Y aunque en algunos momentos pareciera un ladrón de ella al final compruebas que es un generador y repartidor de buenas ondas, ya que este es un libro para “querer(te) y amar la vida” fundamentalmente.

                El epílogo rezuma “autoayuda” literaria y real, que brota desde la sinceridad de un testimonio intensamente vivo que muestra un camino. “Todo había tenido sentido. Tenía una historia que contar” –nos revela en la página 246. La escritura, con su efecto placebo, como penúltimo paso para la sanación definitiva y para cerrar el círculo. Y es que cuando llegas a la última página de “Déjame, que lo estoy haciendo ¿Quién dijo que vivir es fácil?” de Jorge López Vallecillos te queda la sensación de saber que has sido testigo en primera persona de una resurrección, y que el resucitado ha vencido a los elementos convirtiéndose en un luchador (casi un superhéroe) y digo casi porque los superhéroes son pura ficción y lo que hemos leído no, es la realidad misma, con sus sutiles gotas de fantasía. Dice George en la página 212 “cuando no hablas la lengua del sitio transitado, por muy ocupados que tengas los sentidos en todo lo que ocurre, te pierdes la conversación y en la palabra está la información y gran parte del aprendizaje”, y eso es lo mismo que pasa con este libro, hay que estar atento y hablar su mismo idioma para que no perdamos el compás de su viaje; aunque también puede suceder que al leer digas lo que George en la página 215: “Debemos continuar el viaje por separado desde ya, sin fastidiarnos”. Y una pregunta lanza al aire en la página 219: ¿hasta cuándo merecerá la pena esta lucha? Hasta que tengas ganas de vivir, o de leer, que es casi lo mismo, te digo.


Custodio Tejada
Opiniones de lector
16 de julio de 2018





DÉJAME, QUE LO ESTOY HACIENDO de Jorge López Vallecillos. Editorial Esdrújula- Dialéctica Ediciones. 255 páginas, un prólogo del doctor Juan Pasquau Liaño, 80 etapas o capítulos, un epílogo y un “agradezcos y disculpas” que cierra. Y un subtítulo a modo de reflexión: “¿Quién dijo que vivir es fácil?”.




lunes, 2 de julio de 2018

VISUALES

VISUALES. VISUALES. VISUALES. VISUALES. VISUALES. VISUALES.

1.- MECANISMO DE UN POEMA FALLIDO

2.- MATERIA LÍRICA PARA HACER UN POEMA DE PAJA O UN ESPANTAPÁJAROS DE POEMA.


3.- LA METÁFORA PERFECTA.



4.- ARTILUGIOS QUE SUEÑAN CON UN POEMA BRILLANTE.



5.- IMAGINO EL DÍA QUE LE SALGAN ALAS A LOS MUROS.




6.- RECOMPOSICIÓN.



DE CUSTODIO TEJADA

viernes, 22 de junio de 2018

LA POLICÍA CELESTE de Ben Clark.


LA POLICÍA CELESTE de Ben Clark. Editorial Visor. 68 páginas. 33 poemas en dos partes (15 en la I y 18 en la II), un prefacio, un epílogo y agradecimientos.





LA POLICÍA CELESTE de Ben Clark. Editorial Visor. 68 páginas. 33 poemas en dos partes (15 en la I y 18 en la II), un prefacio, un epílogo y agradecimientos.

            Cada antología, cada revista literaria, cada aula de poesía y cada tertulia es un miniparnaso dentro de la bóveda celeste que acoge a los verdaderos elegidos para ser arcángeles de la palabra, para ser portadores de la Poesía escrita con mayúsculas, esa que sienta a su mesa a los grandes “chefs” de la creación literaria. Cada lengua tiene su Parnaso o su cielo empalabrado con letras de molde, pero hay muchos tipos de parnasos, el de los premios es uno, luego está el de la historia de la literatura, la nacional (si del norte o del sur o allende los mares…) y la universal (en un idioma o en otro), el parnaso del momento contemporáneo y el eterno… y así podríamos estar hablando un rato de parnasos y poesía, o sea, de cánones, al fin y al cabo. El día 23 de febrero de 2018, en el aula Abentofail de poesía y pensamiento de Guadix, el poeta José Infante dijo que “los poetas son un coro de grillos, solo trascienden los mejores”, afirmación ésta que me atormenta desde entonces por la parte que me toca. También dijo Marcel Duchamp que “Contra toda opinión, no son los pintores sino los espectadores quienes hacen los cuadros”, y desde ahí, al menos, encuentro algo de consuelo al descubrir que por lo menos siempre nos quedará nuestra faceta lectora como un resquicio de luz creadora, al margen de la luz inacabada que el autor proyecta en su obra. Hay libros y autores que nadie habla de ellos y otros que los tecleas en internet y hayas múltiples referencias, un auténtico misterio el de los cauces publicitarios.

            Para hacer un semblante literario del autor recurriré a otras voces, incluida la suya propia. De Ben Clark, el poeta de mirada clara, que considera a su generación “heredera de los despojos, de lo que sobra”, podemos leer en la red que escribe una “poesía con toques pop” y un estilo transparente. Él mismo dice en una entrevista refiriéndose a su libro: “intento llevar todas las experiencias cotidianas a la experiencia universal”. El jurado del premio Loewe reconoció a La policía celeste “por ser un libro muy sencillo, muy transparente, traspasado de una sabiduría y de una objetividad ante una realidad”, un libro de amor filial que demuestra una “madurez de una persona que todavía es joven”. Jaime Siles explica que es “un libro de amor en sentido amplio, una obra muy bien construida desde el punto de vista rítmico y sintáctico, y con un profundo sentido de unidad”. Túa Blesa añade que “el personaje de este libro habla de un modo natural, cercano al de la conversación”. Y Enrique Vila Matas define la obra poética de Ben Clark así: “Sospecho que Eliot y Cernuda lo saludarían. Y también que en su inspección de la bóveda celeste el amor es central. Percibe la poesía como una aventura. Ben Clark, explorador de abismos. No solo es joven, sino que está vivo, y es un clásico.”

            El poemario “La policía celeste” se abre con un “Tell Laura…” encriptado que suena como un anillo de boda, o sea, como una canción que quizá sea el planeta verdadero que el autor busca, aunque a lo largo del libro muta. Ya desde el principio la música te acoge enmarcando el trayecto de tu lectura. La canción de Ray Peterson te acompaña como una de las bandas sonoras del libro y su danza de intertextualidades. Otra es el prefacio donde invoca a “Die Himmelspolizey”, historia ésta que da título al poemario. Dos citas dan paso a la primera parte, una del astrónomo alemán J. D. Titius y otra de César Vallejo, que nos sitúan en el centro de la creación y junto al Creador. Atravesando estas mimbres del poemario continúas pasando páginas hasta “Cuando llegue el poema”, el primero de la saga, en busca de su origen que no es otro que ese “universo/ alrededor del día en que llegaste”. Ben Clark consigue que el poema, “como un santo incorrupto”, habite en él y en nosotros a la vez, esté dentro y fuera de lo escrito.

            “La policía celeste” es un poemario de amor envuelto en una sábana de estrellas, planetas, cometas, recuerdos y anécdotas como telescopios, una declaración de amor en toda regla, porque pronto descubres que el poema más verdadero del libro es Laura (y el padre), que todo lo impregna con su ser de planeta o de anillo y como sentido último de la alegría de vivir “llenando de palabras/ el espacio vacío” –susurra en la página 15; y que es en definitiva lo que hace Ben Clark con nuestra mente lectora, llenar ese espacio donde “todas las divisiones son mentira/ salvo las que divide los cuerpos en dos” –afirma contundentemente en la 23.

            Ben Clark no es el primer escritor que navega en dos extensos océanos al mismo tiempo. Recordemos a José María Blanco White. Al “pedirle consejo a tu poema” observo que, proveniente de esos dos mundos, el anglosajón y el español, ambos se dan la mano en el poema “Kiln” de la página 61, entre otros sitios; porque es “un enamorado de Lorca, pero un obseso de Philip Larkin”. Ben Clark consigue que el poema sea esa torrentera de influencias y relaciones y construye “El mejor de los mundos posibles”, como su “querido abuelo Norman”, en ese indulto que “presente y futuro confabulan/ contra los planes tibios del pasado/ -nos cuenta en la página 18.

El firmamento para él es el lenguaje, y a él acude con vocación de policía celeste, o sea, de astrónomo y filólogo. Son la relación de las palabras y sus significados junto a la memoria los verdaderos planetas que busca, los verdaderos fenómenos siderales de su escritura. Y lo que hace Ben Clark mediante el lenguaje y sus propios recuerdos es “viajar a la galaxia/ que gira en cada uno de nosotros” y de sí mismo –confiesa en la página 51. Y como una lección de astronomía, vamos deshojando sus páginas celestes, allí donde el niño y el hombre chocan sus galaxias y se acuerdan de su vida proyectada. Ben Clark se asoma al universo para mirar lo más adentro posible, una curiosa forma de mirarse al espejo y hacer introspección subido en el Cometa Halley. “Escúchala y sabrás todas las cosas/ que no dice este libro” –advierte en la página 31. Así hay que interpretar sus silencios, como la voz de una madre, ya que nos guían por sus páginas llenas de recuerdos, pinceladas de memoria que convierten su vida en la bóveda celeste del poemario. Hasta el punto de llevarnos a su infancia, “Soy un niño/ en medio de un poema, nada más”. Poemario donde abundan los recuerdos, ese pasado que late todavía en el pecho del autor como una especie de espejismo de sí mismo, “en un cajón con llave”, en un diálogo casi permanente con el padre, otra figura crucial en el libro, como Laura. Y es que transforma a las personas en poemas, a su abuelo Norman, a Laura, a su padre y a sí mismo… y a nosotros, sus lectores.

            El libro, dividido en dos partes (una de 15 poemas y la segunda de 18), nos descubre que es “una línea/ que separa la vida en dos instantes:/ lo que fue y lo que ya no puede ser,/ hilos de nieve que van tejiendo el poema” –nos dice en la página 39. Alterna poemas largos de 30 o 35 versos con poemas cortos de apenas 8 ó 10 versos. Prevalecen los versos de arte mayor, endecasílabo y alejandrinos. Nos encontramos juegos de palabras que se transforman casi en trabalenguas, “los ritos de los rotos” –página 23, “kiln/kill”, reiteraciones, personificaciones, sinestesias, paralelismos, anáforas, aliteraciones… “Un libro de cerámica./ Un jarrón de papel”, “Reflejo del reflejo de un recuerdo” “los cantos rodados de los ríos/ (dicen que son sus lágrimas)”, “Y juntos contemplamos al culpable./ Y juntos contemplamos a la víctima”…

            Por el libro vuelan los temas de siempre, el amor es el primero de todos, pero también desfilan el dolor de la enfermedad y la muerte, el tiempo y la nostalgia (nos lleva a la catástrofe de Aberfan para hacerles un homenaje a todas las abuelas), y el poema “Ceres” nos ayuda a entender que el planeta más auténtico es la amistad y el pan de su fruto, ”que ama y comprende los milagros”. Y en ese otro mundo más intertextual que el libro tiene también aparece Crusoe, la película “Be careful what you wish for”, la poeta Anne Sexton, una canción de Lady Gaga como otra banda sonora más del libro, Fabio de la Flor, Carline Herschel, Apolo y Dafne y Bernini, Hipócrates, Caín y Abel, Stanley Kunitz… y todo esto va sonando a la vez que vas leyendo “La policía celeste”.

            “Ten cuidado con lo que deseas” –nos aconseja en la página 17, porque como él mismo manifiesta “más allá de tu obra está el lector”. Al final, Ben Clark “regala/ un tesoro a un extraño” lector que le agradece esta conjunción planetaria de versos que viajan en un Rolls Royce Phantom negro que es lo que es la colección Visor de poesía con su cubierta en negro. “La policía celeste” es un conjunto de poemas que funcionan como un mosaico de la memoria rehecha que pretende ser la medida universal de toda la realidad refundada en el amor. Porque qué es un lector sino un amigo que comparte las migajas del autor en un acto cuasi eucarístico, “cuando no/ haya nada de nada y sólo queden/ palabras sobre el pan” –nos advierte en la página 26. Conforme avanzas en la lectura compruebas que la mirada de Ben Clark va más hacia dentro que hacia fuera, aunque a veces coinciden las dos al mismo tiempo, como si fuera un astrónomo del espacio interior a través de una mirada sideral, porque mira afuera para llegar más adentro. Para Ben Clark la página y la habitación son igual de planetas que Marte o Ceres, y en ese juego de significados superpone unos con otros hasta conformar la poética de su libro. La memoria y la figura del padre están de moda en nuestra literatura más reciente.  Y este libro vuelve a confirmarlo, un libro que al leerlo apreciarás una mutación en él, el amor de Laura se va tornando en un amor filial, donde la figura del padre (junto a los recuerdos) se erige en el pilar central de este magnífico poemario y de este excelso poeta.

Custodio Tejada

Opiniones de lector

21 de junio de 2018





LA POLICÍA CELESTE de Ben Clark. Editorial Visor. 68 páginas. 33 poemas en dos partes (15 en la I y 18 en la II), un prefacio, un epílogo y agradecimientos.


viernes, 1 de junio de 2018

EL TIEMPO ES UN LEÓN DE MONTAÑA de Trinidad Gan. Editorial Visor.


EL TIEMPO ES UN LEÓN DE MONTAÑA de Trinidad Gan. Editorial Visor. 27 poemas, con 9 citas, 20 haikus, 10 tankas y unas “Dedicatorias”.



EL TIEMPO ES UN LEÓN DE MONTAÑA de Trinidad Gan. Editorial Visor. 27 poemas, con 9 citas, 20 haikus, 10 tankas y unas “Dedicatorias”.

            Todo libro termina de escribirse en la mente del lector y cada vez que un nuevo lector lo lee el círculo vuelve a cerrarse en ese baile infinito que supone la vida de un libro. Es verdad que toda escritura surge como resultado de un diálogo previo mantenido con otros autores y otros libros, fruto de muchas lecturas y de muchas introspecciones. Escribir es aunar o re-digerir. Dice Alfonso Brezmes: “Homero vio a Dios/…/ Borges leyó a Homero,/…/ Yo he leído antes a Borges/ y otro me lee a mi ahora./ Así viaja la luz”, y es ese encabalgamiento de lecturas  lo que nos hace, los que nos define. Así, de igual manera Trinidad Gan es la continuidad de un itinerario de lecturas y demás vivencias que funcionan como una carrera de relevos, y cuyo rastro puede seguirse en sus páginas escritas. Hace referencia a libros, canciones, películas… Y saltando de cita en cita, de poema en poema, va encabalgando autores e ideas hasta conseguir un libro, donde a modo de puzle construye su edificio poético.

            En una gran entrevista realizada por Xánath Caraza para la revista Monolito, el 4 de diciembre de 2017, Trinidad Gan, una “lectora ecléctica” –como ella se autodenomina, dice cosas interesantes que nos acercan a su lado más interior. Su aliento poético se nutre de lo fragmentario, y “da con el ritmo y la respiración justa de palabra y pensamiento” –como ella misma dice. Con lo íntimo, lo ideológico, lo histórico, los recuerdos, la vida, lo leído… con todos esos ingredientes ella elabora su fragancia lírica. Una poeta que se preocupa porque no haya “Nulle die sine línea”, ya que sin trabajo la inspiración no es nada. Para ella la escritura poética “es sobre todo una cuestión de mirada”, “es un proceso de búsqueda en el que las palabras se vuelven cazadoras, están siempre al acecho de lo que hay detrás de la realidad. Una lucha necesaria, aunque muchas veces perdida, por llegar a otro nivel de conocimiento, por nombrar el mundo y así hacernos cuerpo en él”, o que, “la poesía la hace ser más libre y menos solitaria”. Cuando se le pregunta cómo comenzó su quehacer literario dice cosas tan hermosas como “el descubrimiento de que la palabra es siempre un cuerpo (pues cada una de ellas respira, camina, late, tiene su propio peso y piel)” y es que su vida es una onda expansiva de palabras, emociones y pensamientos, todos con una clara vocación de cazadora, de atrapadora del mundo y sus sueños y de la “intemperie de la memoria”. Trinidad Gan se queja del “ninguneo en el canon literario” de las mujeres poetas. Ella se está ganando por mérito propio estar en ese canon.

            En la contraportada, Antonio Jiménez Millán, con unas pinceladas impresionistas y sabias, esboza y nos introduce en el mundo lírico de Trinidad Gan, donde nos deja un retrato de la autora y del libro. Nos dice cosas como “Es la suya una escritura clara, de notable precisión” o “El tiempo es un león de montaña mantiene un ritmo sostenido y en todos sus poemas el tiempo y la memoria dialogan con la tradición”.

            Atendiendo a la numerología y sus significados ocultos El tiempo es un león de montaña está impregnado de números que no sabemos si guardan un mensaje secreto, voluntario o casual. Un patrón se repite, el 13 y el 3, que es un número de luz y movimiento. El poemario está compuesto por un poema inicial que abre como introducción, y luego hay tres partes. La primera “Noticia del león en las ciudades” compuesta por 13 poemas, la segunda “Reflejos en un ojo felino” compuesta por 20 haikus y 10 tankas, y la tercera “Dentro de mí, la fiera” compuesta por otros 13 poemas. En cierta medida las tres partes podríamos resumirlas con las tres potencias de la inteligencia humana: memoria, entendimiento y voluntad adiestradora. Al número tres se le relaciona con el deseo por la eterna juventud, o sea, por el control del tiempo, que de alguna manera es uno de los temas más insistentes de este libro. Dos de sus partes están compuestas por 13 poemas cada una, como si fueran un antes y un después, separadas por un río de meditación que son los haikus y los tankas. Al número 13 se le relaciona con la mala suerte, pero también se le considera el “número rebelde”, asociado a actos revolucionarios. Número “evolutivo y kármico que conduce a un estado superior de conciencia”. Pero también representa un renacimiento tras la muerte o transformación, que eso es al fin y al cabo el paso del tiempo, y es este último significado el que quizá impregna (como sentido último) la intención creadora de este poemario, una nueva percepción de la “luz y sus matices”.

            Una cita de Raymon Carver abre el libro, “Time is a mountain lion”, precisamente su traducción da título al poemario, que a su vez es un verso del poema “Una mujer se baña”. Otras citas como las de Margarita Ferreras y María Teresa León junto a las de Ángeles Mora (como un juego nemotécnico) de alguna manera enmarcan las pretensiones del conjunto, al menos en un sentido figurado de este libro-coche que viaja en muchas direcciones. Y es en sus dedicatorias donde los agradecimientos rinden tributo y homenaje y saldan deudas, que para eso son las dedicatorias, intertextualidades todas que van y vienen desde el título hasta las citas para ampliar los significados. Porque el poemario en su conjunto tiene cierta garra metaliteraria que conecta felinamente todo el libro. Estas intertextualidades funcionan como una voz en off que acompañan en la lectura; desde un cuadro de Hopper hasta Bob Dylan pasando por Javier Egea o el cine y la música… además de las nueve citas.

            Desde el inicio, ya con el primer verso, Trinidad Gan nos previene del riesgo que supone iniciar este viaje. La lectura de “El tiempo es un león de montaña”, junto a una cita de Ángeles Mora, nos sitúa en un rol de “raza estafada”. Un viaje sin lugar a dudas, el recorrido que hace la autora, o al menos así lo pretende, “de un cuerpo, de otra risa que salve mi viaje” –nos revela en la página 9, que no es otro que un “tiempo en fuga”. La poeta como “una niña (que juega) con pizarras de vaho” que son sus versos y sus recuerdos, nos introduce en la dialéctica homérica del viaje. Incluso la elección del vocabulario nos invita a ello (maletas, coches, trenes, vagones, andenes… He ahí la paradoja, como dice el título de un poema, un “Elogio de lo imperfecto” y su belleza que se hace desde la perfección poética que da el buen oficio de Trinidad Gan, una poeta en llamas. Como un “tumulto de palabras escritas” –página17, nos acorralan sus poemas. Un león, el suyo, que a veces es espantapájaros, otras un tren o metralla, un libro o una postal, a veces es viaje y otras caza o mordedura, “combate perdido”, un “punto de fuga”, un simple sueño, mudanza, ruido de lluvia, rabia, tormenta, memoria turbia o “travelling sobre un puente”.

            Los versos más utilizados en “El tiempo es un león de montaña” son los heptasílabos, los endecasílabos y los alejandrinos. Es un libro repleto de figuras literarias, metáforas, símiles, antítesis como “llueven certezas falsas” … Es un poemario que deja “la marca de sus garras/ salpicadas en la nieve” de nuestros ojos de lectores por lo que tiene de viaje interior, desde un presente melancólico hacia un pretérito difuso, donde “ya todo es mezcla/ de rugidos pasados, cicatrices/ y este falso botín de mi avaricia” –dice en la página 19. Porque la poeta “levanta un viento oscuro tras (sus) huellas”, va “tras (sus) oscuras palabras de deseo y nostalgia”, como si fuera una “testigo de cargo”, que le confieren cierto aire hermético. En la primera parte del poemario predomina lo oscuro, una luz más apagada donde habita la derrota, la que apenas ilumina, pero sí destella; un mar de sombras para dotar de lirismo a la invisibilidad de lo oculto y sus ausencias. “La luz grita turbia de memoria” –grita en la página 22. Una poeta que se preocupa por si sus “viejas manos… han apretado el nudo” o han sido patíbulo. Y así nos lleva a Gaza, a Alepo y a nosotros mismos. Versos que la sitúan como hija de su tiempo. Un libro, éste, en el que te imaginas a Trinidad Gan saltando de verso a verso “en ágil y arriesgado parkour” literario hasta conseguir un libro de extraordinaria factura.

            Versos casi aforísticos con visos metapoéticos que, como ínsulas líricas, agrandan el poema al abrir nuevas estancias. Dice en la página 22: “A veces el poema es un espejo/ y su fondo delata”, siempre. En el poema delatan tanto las palabras como los silencios, lo dicho y lo callado, porque un poema no es otra cosa que un cruce de perspectivas que se completan en el lector. Así los silencios de este poemario son otro viaje dentro del mismo viaje que, como fantasmas, acompañan al león para dar caza a este mundo “donde estamos jugando a la cultura” –nos confiesa en la página 25, mientras la vida ahí afuera es mucho más que poesía. La poeta cuando escribe “pronuncia su sed”, “aquello que la cura”, creando “otro alfabeto” dentro de las mismas palabras, como si su mensaje encriptado circulase por su poesía a la espera de un momento más propicio o “una estrategia/ de signos, de palabras luminosas/ que sirvan para algo distinto/ a señalar el mundo”. ¿Quizá para cambiarlo, o al menos intentarlo desde la palabra? No lo sabemos, pero el león continúa con su viaje irreductible y a veces cómplice.

            Trinidad Gan, que convertida en halcón atrapa la poesía y su consciencia, se convierte en una poeta de la cetrería. Nos arroja sus versos como monedas en la fuente, como “soldados de plomo” para nombrar lo desconocido, para desentrañar a la fiera. “Anoche entró en la casa, a buscarme, la fiera” –ruge en la página 35, a la espera del regreso que el lector le proporciona al poema, ya que cada vez que es leído “da cuenta de la caza”. “La palabra es guarida/ para quien caza el tiempo”, su tesoro más preciado.      
   
            En “Reflejos de un ojo felino”, la segunda parte del poemario, convertido en estanque budista bajo la influencia de Matsuo Basho, nuestra poeta se transforma en un Haijin metapoético para dibujarnos, con asombro y emoción, su viaje más contemplativo, ese que la devuelve a la naturaleza de su ser más sensible, conexión que desborda en 17 sílabas o en 31.

            En la tercera parte del poemario, “Dentro de mí, la fiera”, una cita de Piedad Bonett nos deja entrever la mujer que es o en la que quiere convertirse, “tierna y carnívora”, que… “se devora” a sí misma, verso a verso, para entregarse al lector. En un poema breve como es “Abrir el agua”, de la página 56, se puede descubrir la poética en cascada de Trinidad, el magma literario de su proceso creativo y el truco final que este supone. Porque en realidad sus manos de poeta, cuando empuñan la pluma sostienen “el corazón de un pájaro”, la poesía que se hace “plumaje herido” en “la zarpa del tiempo”, su obsesión feroz.  La autora consigue amaestrar al león fiero, que es el mundo la vida y el tiempo, hasta hacerlo gato doméstico de sus versos, mansedumbre felina. “Y el león de montaña se desliza/ como un gato feliz, bajo mis dedos” –nos dice en la página 58. La luz se torna más brillante y esperanzadora, con nuevos matices y reflejos, transformada. La poesía es para Trinidad Gan una “moneda al aire” convertida en metáfora que “no acaba/ nunca de caer” sobre esa “frontera ambigua/ entre ganancia y pérdida” y que “con un implacable golpe cae, … sobre sus manos” siempre pendientes del azar que es el vivir. Trinidad Gan, parafraseándola, como hace ella en la página 70, “ya no puede engañarnos”, se hace ofrenda repartida entre sus páginas como “piezas de una brújula” donde “trama la cacería/ de un tiempo por venir”, de una memoria que nos detiene “a orillas del silencio” para concluir en un sueño, porque “el tiempo es un león de montaña” que al final se torna en aguacero de versos que “al lector entrega”.

            Una última pregunta me hago. ¿Qué quiere cazar la autora con este poemario? “Una luz derramada que persigo” –revela en la página 37. Eso es, ansía la luz, no cualquier luz, una luz verídica más allá del día o de la noche, del tiempo y su conjura; no tanto la verdad como sí lo verídico, que es de lo que ella puede dar fe porque lo tiene más a mano, ya que la verdad a todos nos pilla demasiado lejos como para atraparla. ¿Qué pretende nuestra poeta entonces? Corporeizarse en la palabra, materializarse de otra substancia en la poesía hasta evaporarse en el lenguaje, transubstanciar su ser al nombrar, en suma. Trinidad Gan, a través de la cetrería lírica que tan bien practica en este poemario, consigue nombrar con éxito lo que siente, lo que ve, lo que sabe y lo que calla, que es la misión última de todo poeta, ser “pasarela en el aire/ que cruzas cuando lees”.

Custodio Tejada
Opiniones de lector.
25 de mayo de 2018


EL TIEMPO ES UN LEÓN DE MONTAÑA de Trinidad Gan. Editorial Visor. 27 poemas, con 9 citas, 20 haikus, 10 tankas y unas “Dedicatorias”.