martes, 5 de diciembre de 2017

1ª.- LA CIUDAD (Antología poética 1985-2014) Editorial Renacimiento 2ª.- PEQUEÑOS INCIDENTES (Antología poética) de Karmelo C. Iribarren. Editorial Visor.

1ª.- LA CIUDAD (Antología poética 1985-2014) de Karmelo C. Iribarren. Editorial Renacimiento. 274 páginas, un prólogo “Cuando la ciudad duerme”, un epílogo y 204 poemas.

2ª.- PEQUEÑOS INCIDENTES (Antología poética) de Karmelo C. Iribarren. Editorial Visor.  240 páginas. 177 poemas, con un prólogo “Poética de un paseante con paraguas”.


1ª.- LA CIUDAD (Antología poética 1985-2014) de Karmelo C. Iribarren. Editorial Renacimiento. 274 páginas, un prólogo “Cuando la ciudad duerme”, un epílogo y 204 poemas.


2ª.- PEQUEÑOS INCIDENTES (Antología poética) de Karmelo C. Iribarren. Editorial Visor.  240 páginas. 177 poemas, con un prólogo “Poética de un paseante con paraguas”.

            Que vayas a una librería y en sus estantes encuentres no una sino dos antologías (de distintas editoriales) de un autor vivo es algo poco frecuente y llama la atención. Cuando a un autor se le acumulan las antologías es porque ha llegado al culmen de la excelencia y porque ya amontona obra a sus espaldas y años en su cuerpo. Y si además está “apadrinado” en prólogos y críticas por los mejores “popes” de nuestra literatura reciente, eso lo sitúa al autor en un lugar casi sagrado o privilegiado dentro del panorama poético nacional.  La primera de ellas, la antología de Renacimiento, va ya por la tercera edición (ampliada y revisada) y llega hasta 2014, con una selección de inéditos incluida. La primera edición es de mayo de 2002, cuyo prólogo estuvo a cargo de Vicente Tortajada, en la segunda (en abril de 2008) quien se encargó de las consideraciones introductorias fue Joaquín Juan Penalva  y en la tercera (de mayo de 2014) el prólogo “Cuando la ciudad duerme” está firmado por José Luis Morante, donde también aparece una introducción en la solapa del libro de Abelardo Linares. De la segunda antología, la de Visor, aparecida en 2016, que ya va por la segunda edición (marzo de 2017), tiene un estudio introductorio titulado “Poética de un paseante con paraguas” del mismísimo Luis García Montero, que mide las palabras y tiende la mano, y en la que aparece su penúltimo libro “Haciendo planes” (2016), porque en 2017 ha aparecido el último hasta ahora, “Mientras me alejo”, y que es el único que no aparece en dicha antología.

            Cuando uno comienza la lectura de un libro “Hay que estar preparado para lo peor/ y disfrutar de lo bueno. Esa es la fórmula” –nos dice en la página 48. Así que seguí el consejo y continué mi viaje lector entre sus páginas como quien busca un camino que no tiene por qué coincidir con el del autor, solamente; para buscar “una pizca de luz” o la mejor interpretación y cuidándome mucho “de los que siempre/están detrás.” –como nos advierte el propio Karmelo.

            Toda antología, además de un conjunto de poemas seleccionados, son también un compendio de vivencias y de momentos, que así ordenados y sacados fuera de su contexto natural “adquieren/ otros matices” y otros significados al interrelacionarse de otra manera, al establecer nuevos vínculos entre los mismos poemas; al penetrar en ellos  sientes que hay “momentos que no tienen precio” –podemos leer en la página 71.

            Dice Luis García Montero: “La obra de Karmelo contiene uno de los mundos más ricos de la poesía española de hoy”. “El pensamiento de Karmelo es escéptico y está definido por el pesimismo”. José Luis Morante dice sobre la poética de Karmelo que “El poema entonces se hace crónica, apunte costumbrista en el que la sorpresa encuentra un hueco”, la suya es “una poesía vigorosa y precisa para captar la esencia, emotiva y sin adornos verbales, oportuna y cercana”. Abelardo Linares afirma que “es un poeta que no condesciende con la vacuidad ni la palabrería, quizás porque ha aprendido a creer en la poesía con minúscula y a descreer de las poéticas con mayúscula”. Mientras que Luis Alberto de Cuenca dice del último libro de karmelo C. Iribarren “Mientras me alejo” que “es tan sabio, sencillo, efectivo y emocionante como los anteriores.

            Si abres la antología  La ciudad, de Renacimiento, lo primero que te vas a encontrar es una fotografía del autor con un letrero sobre su cabeza que pone hotel; sinestesia que, de repente te hará sentir como una especie de turista-lector que durante algún tiempo (lo que dure la lectura o más, porque sus poemas tienen la persistencia de los buenos vinos) se va a hospedar entre sus páginas/habitaciones para callejear por sus poemas en un viaje que ya veremos adonde conduce.

 Como un gato, Karmelo “mira, observa, escruta” “las ciudades, sus plazas,/sus calles, sus esquinas/”, sus bares, sus pequeños incidentes que se hacen cataclismos de la cotidianeidad. La vocación urbana del autor pronto queda de manifiesto. Con San Sebastián-Donosti al fondo de cada palabra que “está hecha de barro y luz” y que ha recorrido de punta a punta durante más de 30 años (nos dice en las páginas 130 y 174) Karmelo viaja de la contemplación de lo que le rodea a la introspección de sí mismo, de la mirada inhóspita del exterior a la reflexión sagaz, irónica y crítica de su yo poético. Karmelo está dotado especialmente para la observación de la que exprime su poesía, a veces más épica que lírica y como poeta se plantea el sentido de su vida, cuya medida exacta la encontramos más cerca de la incertidumbre que de la certeza porque sabe lo que es una “racha de viento helado” que lo “reconcilia con (su) pequeñez” –apunta en la página 124.

Karmelo, con su característico sentido del humor, se autodefine como “un tipo sólido, sobrio, serio/ de los que ya no se ven”, como vasco que es: “Tanta hostia y tanto colorín”… nos dice en la página 134. A Karmelo me lo imagino, con ese aspecto de personaje de novela negra, envuelto en una espiral de humo, ceniceros y paquetes de cigarrillos mientras vive, escribe y atrapa el lado más sórdido de la existencia, transformando lo prosaico en excelente poesía que surge de sus “resacas” líricas o reales. Karmelo es un testigo, un poeta fedatario de la condición humana y urbana. Un poeta cosmopolita que, ya sea desde calles y plazas, desde los bares, subido en un autobús o asomado a la ventana de su casa da fe de la existencia que le ha tocado vivir. Karmelo es un poeta distinto, que situado en algún lugar entre medias de Bukowski  y Baudelaire afronta su poética con idéntico descaro, incluso con dejes pictóricos y cartelistas sus princesas le seducen en sus poemas-estampas a lo Tolouse-Lautrec. Irónico y con cierta mordacidad, sabe que la verdadera función de la poesía para que no haya “heridos de importancia” pasa por ser fiel a sí mismo y a su poética, alejado de modas-escuelas-tendencias y demás ambientes viciados (literariamente hablando).

Con maestría cuenta lo justo para convertir un suceso cotidiano o estampa costumbrista (sin aparente importancia) en un alegato de principios y posiciones, de coherencia existencial.  Utiliza los versos justos y necesarios para construir el poema, sin rodeos ni divagaciones, él va al grano y prescinde de lo superfluo. Escribe preferentemente versos cortos y poemas breves y escuetos (casi cabales), sin rima, donde prima más la melodía del significado que la del significante, versos que te cogen “por el cuello” y te llevan “al límite” de la reflexión y de la contemplación. Es un maestro en “el manejo de la lengua”, su lenguaje sencillo así lo corrobora. Y es que “parafraseando de alguna manera” unos versos del propio Karmelo “La poesía/ de cada poeta/ debería importarle a alguien”, y más si es un poeta de la talla y coraje como Karmelo C. Iribarren, ya que su poética es “Nada, sólo eso, la vida, la poesía de un miércoles cualquiera” –nos dice en la página 114.

Nuestro poeta, descreído y desengañado, recuerda con nostalgia su inocencia perdida, aquellas ganas “de cambiar/ el mundo” y que ahora se conforma “con dejar de fumar” simplemente –nos confiesa en la página 68. El va por su camino con su poesía a cuestas, no le interesan  los aplausos ni las “demás zarandajas”, como nos apunta en La función de la poesía de la página 29. Lo que de verdad le gusta a este poeta cazador de momentos es sentarse en plazas-calles-bares… “a verlas pasar” las horas, los coches, las gentes, la vida… -nos dice en la página 31. En sus poemas nos encontramos, a modo de hitos, un reguero de intertextualidades que complementan la lectura y la enmarcan en una interpretación más rica. Aparecen Durruti, Jesucristo, James Dean, Raquel Welch, Roger Wolfe, de copas con Cioran, Harry Whittington, Chandler, Baroja, Abelardo Linares, Johne Wayne, Francisco Diaz de Castro etcétera.

En el poema “Tu padre se ha ido de viaje” (página 36) nos abre su alma de par en par y nos deja entrever el vacío que le quedó, y que en cierta medida le persigue a lo largo del libro, y que le enseñó “que la vida iba en serio” (página 159). Karmelo, que lleva con honra el sambenito de poeta, sin alharacas ni postureos, pero sí con la seguridad de quien escribe con el alma y el aliento está especialmente sensibilizado para darse cuenta “de la trampa, del fraude” que supone la vida y sus fracasos especialmente. Como un escultor de palabras cincela el tiempo con letras/espejo en las que también nos reflejamos nosotros, como lo podemos comprobar en el poema Vidas de la página 83, entre otros.

Su epicentro vital es Donosti, pero (como buen cicerone) a veces nos hace viajar a otros lugares como Barcelona, Sevilla, Lisboa, Paris, Madrid, Pekin, Bayona, Peñiscola, Zaragoza… lo que nos confirma también que es un poeta viajero. Su lírica/testimonio es un viaje/péndulo que va desde la felicidad de un cigarro y una “cerveza: en su punto/” al… “pobre viejo/ hurgando en las papeleras” dejando en evidencia la ambigüedad en la que vivimos. La noche y los bares le seducen por igual, y es la noche, quizá, su mejor refugio y también su mejor derrota, los bares son su paraíso aquí en la tierra; porque leer a Karmelo C. Iribarren es atravesar un páramo ebrio de lirismo atribulado “… sin ningún/ remordimiento de conciencia” que te asombra con cada poema-escena, y es que sus versos te dejan la sensación de que “esto es la vida”, un espejismo, y él lo cuenta (con su desparpajo sencillo y directo) para deleite y disfrute de todos, para testimoniar la cotidianidad del tiempo, “no hay más”, “así de cómico,/ y así de trágico” es Karmelo y su poesía –se dice en la página 68. Siempre escribe al borde o en la frontera de la intemperie y del abrigo, justo en el límite de la derrota o del momento feliz y fugaz, de lo habitual y lo deslumbrante. Sus poemas son estampas costumbristas de naturaleza urbana que funcionan como si fueran bodegones publicitarios o simples carteles pegados en marquesinas.

Nuestro poeta antes que “el nobel, el cervantes/ el príncipe de Asturias” prefiere la mirada de un lector que le solicita unos poemas para una revista –nos dice en la página 90-, lo que nos retrata su carácter. Algunos poemas podrían leerse como magníficos microrrelatos (ya que se mueve en un terreno polivalente y fronterizo muchas veces), por ejemplo “La estampa nocturna” de la página 86, “La cháchara” o “Bar Etxekalte” en la página 137. Encontrarás versos memorables como los de la página 98 o 102: “solo ella es capaz/ de sacarle esa música al cemento” o “ser libre/ no es lo mismo que ser feliz”, “la soledad es eso,/ ahora lo sé:/ lo que hay/ antes y después de tu nombre” –dice en la página 173.

El tema que enmarca toda su poética es la ciudad, retratos de la vida urbana (trenes, coches, autobuses, calles, bares, ventanas, balcones, plazas… hasta un simple periódico puede protagonizar uno de sus poemas); pero también la memoria y su nostalgia: postales de la infancia, la historia, el amor pasajero o no, las mujeres, los paraguas, los vagabundos… para él todo es y todos somos poesía.

Con estas antologías de Karmelo C. Iribarren, La ciudad o Pequeñas incidencias, realizarás una multitud de viajes, todos ellos llenos de itinerarios sumergidos e íntimos; porque Karmelo (dentro de estas páginas) es una especie de Ulises/Robinson Crusoe urbano. En ellas autor y lector se funden, ya que brillan como una Ítaca Donostiarra, singular y costumbrista al más puro estilo Barojiano, y donde Karmelo aguarda seguro de sí mismo: “¿Que te pone verde algún crítico? El tiempo le pondrá amarillo a él.” –advierte en la página 122. Nuestro autor también aborda la metaliteratura en sus poemas “que sirven para ir/ y para volver/ de ninguna parte a ti mismo,/ o al revés” –apunta en la página 124.Y como él mismo le dice a la poesía y lo reconoce en la página 221: “Si no te hubiese conocido/ mi vida sería otra”, pero por suerte para todos tropezaron la una con el otro, y hoy tenemos para nuestro deleite los frutos de su romance: una vida azarosa que se ha hecho literatura de la buena. Lo mismo que le pasará a cualquier lector si abre alguno de sus libros y pasea por ellos.

Opiniones de lector

Custodio Tejada

5 de diciembre de 2017




domingo, 26 de noviembre de 2017

EL HORIZONTE HUNDIDO de Alejandro López Andrada. Editorial Hiperión

EL HORIZONTE HUNDIDO de Alejandro López Andrada. Editorial Hiperión. 122 páginas, 87 poemas, un prólogo y una nota final.


EL HORIZONTE HUNDIDO de Alejandro López Andrada. Editorial Hiperión. 122 páginas, 87 poemas, un prólogo y una nota final.

En la primera página, como saludándote, una foto del autor situado en el porche de su casa (suponemos) te recibe en bermudas y te da la bienvenida como buen anfitrión que es, para que te sientas acogido y a gusto en su libro-casa “El horizonte hundido (poesía desreunida)”.

Hablar de “El horizonte hundido” de Alejandro López Andrada es hablar de una trayectoria poética o de un camino recorrido, como lo demuestra esta antología, ya que “reúne los poemas más esenciales e imprescindibles del autor”, como se nos dice en la contraportada del libro.

Cuando leemos una antología estamos leyendo una selección, o sea, el extracto de una obra mucho más amplia  y compleja, que sale de su contexto para interrelacionarse con otras piezas distintas, de otros libros y otros momentos poéticos-vitales del autor, y que a partir de ahí también conforman una nueva realidad interconectada e intertextual; ya que dota a los poemas “desreunidos” de una nueva capacidad de asombro y nuevas acepciones líricas. Cuando abres la antología de un autor como Alejandro te embarga la emoción de tener un “códice” entre las manos, una especie de mapa secreto, un mapa que te orienta por los senderos de un alma que se hace palabra como una forma de inmolación en pro de los lectores y de la literatura, una especie de transubstanciación del dolor y la alegría del poeta en lenguaje liberador. Cuando un autor se hace antología termina siendo otro desgajado de sí mismo, igual pero distinto; ya que su poesía “desreunida” y junta (de otra manera) interactúa entre sí formando nuevos códigos y ecos más largos, se metamorfosea más aún si cabe para aportar otra frescura “personal y auténtica” reconstruida con los mismos versos.

Ya desde el título “El horizonte hundido” nos predispone para un viaje aciago y duro. Desde “el perfil de la nada” intenta explicarse a través de las palabras y los silencios, y por contacto, también comprender el mundo y sus circunstancias, las de todos y las suyas propias.

Nos dice Antonio Colinas (en su clarividente prólogo) sobre la poesía del autor: “López Andrada trabaja con el lenguaje de la sencillez, con unas palabras limpias y claras…” o “Ha sido… fiel a su voz. (Ha ido) a contracorriente de los gustos o de las estéticas”, alejado “de las derivaciones culturalistas como de las realistas” y del “mundo literario”. Su poética rezuma una “naturalidad lírica”. También nos dice sobre él que escribe “una poesía que salva al que la lee”.

La suya es una poesía que mana de la experiencia y de la cotidianidad filtrada por el cristal de la memoria, donde como postigos “los olvidos también tienen su hueco junto a los silencios”. “Un haz de lejanía” es su nostalgia y son sus versos, que traen la voz de sus recuerdos, con un pecho enorme en el que cabe el mundo entero y todas las ausencias, las pérdidas, las derrotas y las tristezas; ya que la memoria es uno de sus grandes temas, la añoranza de un pasado arrebatado. Su poesía está llena de imágenes que detienen el tiempo y buscan el cobijo de las letras y nuestra complicidad. Como fotografías o estampas, a veces van en movimiento y otras están quietas; porque “sus ojos van como lentas nubes” oteando el azogue de las cosas y del tiempo, de los silencios y las heridas, de los paisajes y de “la verdad que nos vigila desde siempre” –nos dice en la página 34. Sus versos son ventanucos, puentes o desvanes donde el autor reverbera cada vez que los lees, y por donde entra el viento con sus fauces y sus garras derramando el olor de la naturaleza y el campo. Pareciera que escribe para dejar testimonio de una existencia perdida que se fue y a la que regresa asiduamente el poeta para beber de sus fuentes: “cadáveres suaves del ayer/ reliquias/de un pasado que aún regresa./ -nos confiesa en la página 43.

Alejandro López Andrada es un apátrida y un cazador de luciérnagas que transforma la sombra en luz, el olvido en palabras que dan fe de “la emoción abriendo la honda luna del sendero” que señaliza su lenguaje y su poesía (una poesía desreunida, la de este volumen, que no desunida) existencial y de testimonio que pasea por el campo y el hogar como universo creativo que lo enmarca todo.

El libro entero parece actuar como un solo poema, como una secuencia cinematográfica llena de matices y precisiones. El horizonte hundido nos muestra un estilo coherente “que recorre la blanca lentitud de la penumbra”, con una poética que rompe “los límites del tiempo” y sus costuras. Paisaje y tiempo son sus temas preferidos, pero como andamios para sujetar otros más íntimos como el amor, los recuerdos, la nostalgia, la vida rural y su trajín de sentidos y emociones, la libertad y la justicia y la historia filtrada a través de los ojos del poeta.

Intuyes, cuando lees, esa mirada del poeta y del padre juntos “que iba abriéndose/ como una mano blanca en la espesura” –nos dice en la página 69, como una voz derrotada que se resiste a desaparecer sin más y que busca la resistencia pacífica. Los títulos de los poemas, en algunas ocasiones son letreros-guías o cunetas que funcionan a modo de foco, unas veces conducen al texto que le sigue pero otras llevan  a  lugares situados fuera, al alma del poeta y sus silencios. Y es que nuestro autor cuando escribe “vuelve resucitado… del infinito, envuelto en una sábana de paz” –apunta en la página 75, porque de alguna manera, escribir para él es un acto purificador y reconstituyente, un acto de justicia, de remembranza y homenaje hacia atrás y de esperanza hacia delante, en un compás de ida y vuelta.

Alejandro López Andrada que “vive en la humanidad de las palabras” y en cuyo hálito “no arde el odio,/ ni el rencor” consigue que la poesía que escribe “entre sus rojos brazos” marche “en comitiva hacia la dignidad” de un alma limpia y un horizonte hundido “hacia el que se dirigen (siempre sus) pisadas” y sus versos para dejar huella.

Opiniones de lector
Custodio Tejada
25-11-2017



domingo, 19 de noviembre de 2017

EL MAR Y LOS SIGLOS de Josefina Martos Peregrín. Esdrújula Ediciones

EL MAR Y LOS SIGLOS de Josefina Martos Peregrín. Esdrújula Ediciones. 252 páginas, 38 relatos, un prólogo y un “Complemento Colofónico”.


EL MAR Y LOS SIGLOS de Josefina Martos Peregrín. Esdrújula Ediciones. 252 páginas, 38 relatos, un prólogo y un “Complemento Colofónico”.




No sé yo si conseguiré llevar esta opinión de lector al otro lado del espejo, “puesto que aquí, en este lado de la vida donde predominan los hablantes descuidados e imprecisos, miles de palabras bellísimas se mueren de aburrimiento y de abandono” –nos dice la autora en la página 244,  y es que ella es una enamorada del lenguaje, al que mima y cuida con devoción. Así que haré caso a su último consejo, el de la página 247 y comenzaré “el dulce expulgo”, examinando con cuidado y por partes.

Una nueva obra nos convoca esta vez, EL MAR Y LOS SIGLOS, de Josefina Martos Peregrín, autora con un bagaje literario muy respetable a sus espaldas. Josefina es poeta, escritora, pintora, fotógrafa… artista en el más amplio sentido de la palabra. Lo que nos ayuda a verla como es, una mujer formada con una sensibilidad especial y con un saber erudito. Madrileña de nacimiento, accitana durante algún tiempo y por tanto de corazón y granadina de residencia en la actualidad. Ha escrito varios libros de relatos, una novela, un poemario y ha sido incluida en numerosas antologías de poesía o relato.

Decía Friedrich Hegel: “El escritor no solo ignora quién es, sino que no es nada. Solo existe a partir de la obra, pero, entonces, ¿cómo puede la obra existir?” Por tanto hay que tener cuidado con el ego… para no morir de arrogancia o de éxito. Pero éste no es el caso, porque Josefina, con un talento literario preclaro y brillante, es agua humilde que juega. Con cada nueva publicación nos demuestra que agranda su sombra-faro ya que es una escritora de reflejos, sin estridencias, y esa es la mejor carta de presentación que un escritor puede tener, su obra, la excelente obra de Josefina.

El cuento y los cuentistas, actualmente en España viven un “boom”, un momento dulce, si no tanto por las ventas sí por las preferencias de muchos lectores y siguen en aumento, y Josefina está dentro de ese almíbar irresistible de los buenos cuentistas.

En el libro que nos atañe, El mar y los siglos, ya el título, a priori, nos inocula el germen del espacio y el tiempo, la aventura y la sorpresa del infinito y la eternidad de los relojes transmutados en renglones de arena que se vacían lentamente en el lector. La simbología del mar y su significado polisémico nos lleva a la vida, al subconsciente y a los miedos, a lo desconocido, a los peligros, al sacrificio y su abismo, a la contemplación, a la inspiración y a los sueños. “El mar que se traga la vida” nos apunta Josefina en la página 239, en sus notas o “Complemento Colofónico”. “El sujeto principal de este libro es el yo y el tiempo, manifestados de múltiples formas” –añade en la página 242. Nos dice también “de esta decepción ante el comportamiento humano, surge mi deseo de reencarnarme en árbol, aunque para tal menester prefiero el roble al laurel”, con lo que nos deja claro que la autora prefiere la fortaleza y la resistencia de su yo al éxito lisonjero de los halagos y de las prebendas.

Recurriendo a la mitología y a la antigüedad que tanto le atrae, Josefina/Dafne no se transforma en árbol, como le gusta tanto el juego y la transmutación, lo hace en libro, en un logrado y victorioso libro de cuentos, y aunque ella no es tanto de laurel como de robles duros y resistentes, Josefina pretende convertirse en una gran fortaleza espiritual y literaria, y así de paso en un testimonio replicante.

El libro no tiene desperdicio alguno, y para colmo viene avalado con un prólogo de Ángel Olgoso que dice cosas como: “La belleza de un libro como El mar  y los siglos reside en su condición de animado tapiz boscoso, rebosante de portentos”… “de escritura sacrificial que merodea sobre sí misma, transfigurando la lengua”. “Alterna con soltura estilizados pero potentes microrrelatos y cuentos extensos pero majestuosos”, “El lector sediento de sensación de maravilla y exigencia estilística reconocerá en este libro su Grial”, “creación rigurosa, llevado de la mano de un lenguaje increíblemente sabroso, plástico, vívido”.

Todo libro encierra unas claves, que no siempre son imprescindibles para su lectura. Por muchas claves que tenga un libro, cada lector debe buscarle las suyas propias, que son al fin y al cabo las que satisfacen a cada uno. Esa es la gran virtud de la literatura, que a cada uno le da su ración de magia.

Literariamente hablando podríamos decir de Josefina que Grecia (y el mundo antiguo en general) es su madre, porque “la ama por encima de todas las cosas”, en ningún otro lugar la autora se siente tan a gusto, quizá porque le da la cobertura y la inspiración necesarias. Su canto resulta “diferente, nuevo y original, pero dentro de los límites naturales (del relato)” y deja “una huella imborrable en (los) oyentes” –nos apunta en la página 32, porque Josefina interpreta “bien su papel de virtuosa, aunque nunca se adaptó del todo a esa represión constante del impulso, de la pasión, de la desmesura dramática que (habita) en su garganta”. Josefina, una Dafne feliz que se estira en sus renglones, con este libro asume el rol de Ulises, sus relatos son el mar proceloso por el que navega, y nuestra mente es la Ítaca a la que espera volver para quedarse y para “jugar a inventar respuestas” –página 38, que siempre nos conducirán al Monte viejo de la literatura.

Ya sea con apariencia de animal fantástico o con apariencia de lugar exótico nuestra autora nos cautiva con su lenguaje exquisito, y aunque todo lo tiene calculado, como debe ser, deja siempre abierto un resquicio al lector. Y es que la vida, en sus manos de escritora/sirena la hace: “Metamorfosis del dolor en melodía, de los sollozos en trinos… en un adagio lento, una salmodia infinita y enervante… creando un amanecer de resonancias” –dice en la página 46.

En sus relatos, unos más largos y otros más breves, construidos con maña y con arte, nos tropezamos con olores y sabores, sonidos y caricias, al fin y al cabo, con sentidos varios que esparcen su percepción en las palabras, convertidas en puertas o ventanas que abren o cierran a otras dimensiones de la realidad, del tiempo y del espacio, que se expande como un bandoneón de círculos concéntricos conectando pasado con presente, imaginación con realidad, pensamiento y corazón. Y es que Josefina, ilusionista, dominadora de la eterna metamorfosis del relato, telépata y homeópta de las palabras infinitas “no (conoce) mejor oración que un poema. Y no puede (hacernos) regalo más íntimo que este (libro de) cuentos” al que “no le falta jalea de reina y nata de luna” –como nos dice en las páginas 57 y 64.

Josefina construye sólidamente sus relatos. Un libro, por tanto, lleno de exquisiteces que te harán sentir emociones encontradas, ya sea desde el espíritu goloso de esa letanía de pasteles inventados en la tienda de ultraterrenos… ya sea desde la sátira repartida por doquier, algunos con dejes de ensayo y mucho humor, unos más divertidos y otros más bizarros y reflexivos o metaliterarios, donde se ríe del oficio y de los oficiantes, o con pinceladas autobiográficas sabiamente disimuladas... Y a quien no le gusten estos cuentos está condenado “al Averno cotidiano de una existencia prosaica”  -dice en la página 95, porque este libro rezuma buen gusto, gran oficio y poesía; ya que nuestra autora “Eligió el español como vehículo idóneo para transportar los más cálidos e íntimos efluvios de (su) alma” –nos dice en la página 96. Sucesos reales e imaginarios se entrelazan como si una rueca mágica tejiese una pieza única bordada con hilos de oro y también de cáñamo. Así es Josefina, una hilandera de las palabras y de las triquiñuelas literarias como técnicas del despiste y distracción para que funcione el truco; puesto que a veces resulta difícil “asimilar que en tanta brutalidad (haya) tanta belleza.” –página 144. Josefina, escribe y sobreescribe, y nos lleva adonde quiere como una cuerda india, desde una sonrisa a una corrida de toros, y a través de ellos (de la geografía de sus cuentos) confirmamos la dosis viajera que atesora nuestra autora, que le gusta “tornarse puerta de luz” o “mano-e-santa” narrativa; porque sus cuentos, nada clásicos, como si fueran vasijas llenas de formol conservan la información de una autopsia realizada por una escritora que convierte las palabras en vestigios de una civilización nueva y actual llena de reminiscencias y visiones, todo aderezado con un estilismo singular.

El “cerebro (de Josefina está) saturado de literatura, de historias, (su) mente erudita, (su) alma intoxicada de leyendas” “paladea las palabras” y las reinventa –páginas 191 y 245. Casi siempre en 1ª persona nos asalta y nos atraca como lectores desprevenidos, con relatos sugerentes que sobrecogen, inquietan y sorprenden (como el de Baba-Yaga entre otros). Con sus renglones lo mismo viajamos de Guadix o Las Alpujarras a Japón, que de Grecia a Turquía, que de Socram a Juan Carlos Friebe o a Lord Byron, o de Egipto a las fiestas de los toros o a la malafollá trágica y genial del relato patafísico de La libertad definitiva (página 212)… un sinvivir viajero, que en su fondo, siempre permanece en el mismo sitio, o sea, en los ojos escudriñadores de Josefina; que son los vértices geodésicos donde lo lejano y lo cercano se funden en una misma argamasa, en una misma cuestión de amor propio.

            Leer este libro de relatos, en cierta medida es como dejarse llevar por el vaivén de un oleaje y su tic-tac, y así es como he ido escribiendo esta presentación, como un oleaje de ideas que van y vienen, que llevan y traen, que susurran y callan. Y cuando llegué al final de la lectura, o sea, del libro descubrí “que cuando (se) acaba el viaje (uno) se encuentra en el mismo sitio y, sin embargo, (ha) viajado muy lejos” agarrado del puño y letra de Josefina que, si no nos hace “sentir curados al despertar” nos dejará al menos “conformes con (nuestro) sino”. No os dejará indiferentes porque sus cuentos son “llamas que lloran letras, palabras enteras que crepitan en la noche”
           
Custodio Tejada
12-11-2017

Opiniones de lector





EL MAR Y LOS SIGLOS de Josefina Martos Peregrín. Esdrújula Ediciones. 252 páginas, 38 relatos, un prólogo y un “Complemento Colofónico”.


domingo, 22 de octubre de 2017

OTRAS CANCIONES de José Mateos. Editorial Pre-textos

OTRAS CANCIONES de José Mateos. Editorial Pre-textos. 80 páginas.


OTRAS CANCIONES de José Mateos. Editorial Pre-textos. 80 páginas.

Ya desde el título “Otras canciones” te predispones si no al festejo, cuanto menos a la celebración, unas veces más alegre y otras menos. José Mateos, su autor, nos avisa en “antes unas palabras”, a modo de prólogo en la página 9, con lo siguiente: “Un poema es siempre inevitable porque uno siente que lo que necesita decir no puede ser dicho de otra manera”, hay escritos que invitan a “ser atendidos y leídos de otro modo” o que… “amar significa estar dispuesto a sufrir”. Y aunque  nos dice también en su prólogo que “todas las palabras son equívocas y están manchadas”, cuando lees a José Mateos, éstas, las palabras, brillan con un peculiar destello, el suyo propio; ya que abren “agujeritos por donde entra un hilo de claridad”, porque también a él “algunas veces/ la oscuridad me ilumina”–nos dice en la página 44.

A tientas he ido ahondando en su lectura hasta aprehender el espacio y la desnudez verdadera, hasta “leerme en tu libro” –página 31. La poesía de José Mateos (fugaz en apariencia) es un destello de luz con persistencia de sol y a veces de luna que “alcanza el fondo de la vida” en un “descenso hacia lo alto”. En “Otras canciones” el autor alcanza la esencialidad del poema, sin artificios innecesarios ni florituras, se adentra en la espesura de la poesía con el sigilo del cazador que sabe que va a conseguir una buena pieza.

El poemario está dividido en cinco partes: Tanta verdad, Lecturas, Apuntes del natural, Paseo por el museo del Prado, Aquí y más allá; con un prólogo al principio “Antes, unas palabras” y un poema Final que cierra. Palabras y conceptos estos que nos pueden guiar por la geografía física y humana que impregnan las páginas de este libro. Ya que mientras lo leemos nos acompañan durante el paseo distintos personajes, plantas, lugares… Ulises, Emily Dickinson, Friedrich Nietzsche, Sófocles, Simone Weil, Chéjov, Vladimir Holan, Pier Paolo Pasolini, Murillo, Zurbarán, Fra Angélico, Tiziano, Rubens, Velázquez, Goya, Edipo… y también nos llevará por un mapa de plantas y lugares: la flor del granado…, Trafalgar, la Odisea, la Biblia, el fuego, el museo del Prado, las ruinas de Bolonia, Kenia, los campos de Parga… Un largo recorrido para, al final, llegar a uno mismo, que resulta ser la gran Odisea del poeta.

José Mateos desentraña con delicadeza su verdad literaria, verso a verso y poema a poema, buscando el desvestimiento lírico que diría Juan Ramón Jiménez, así va el autor de Otras canciones, tras la poesía pura y desnuda. Son poemas “Faltos de condimentos, casi insustanciales”, “unos poemas tan sencillos, tan desnudos, que parecieran invisibles”, pero que nos muestran las obsesiones y las verdades del autor. Poemas espirituales, casi místicos, que penetran en lo cotidiano para transcender la apariencia y el alma del poeta, casi rozando el esplendor del haiku a veces. Y en esa búsqueda de la verdad que traza el poeta, la suya, entra en sí mismo y va a tientas en pos de su instinto lírico para atrapar el alma de las cosas y a través de ellas la suya propia, porque “no hay nada que saber” y sí mucho que sentir (páginas 17 y 18). Usando lo mínimo consigue expresar lo máximo, porque su gran secreto radica en que “al callar… hace cantar al silencio” como un buen jilguero o una luciérnaga. El poema Synousía (página 64) retumba como una especie de poética entre órfica e iniciática, quizá a modo de un cuaderno de bitácora que dialoga, sutilmente encriptado, consigo mismo. Nuestro poeta nos señala dónde se encuentra la poesía para él “aquellos trastos eran el poema:/ un tesoro surgido/ de las sobras del mundo” –página 67, una “canción que (le) contiene” –página 71, eso es la poesía para él.

Como diría el propio autor “El libro sobre la mesa./ Le abro las alas, /y vuela.” Digo si vuela, de su alma a la tuya, su poesía sigue creando el mundo a través de tus ojos y su lectura. Y es que al leer estas canciones, tus ojos de lector quedarán como árboles en llamas, en manos de un pirómano de las grandes palabras y sus secretos como es José Mateos.

Opiniones de lector
Custodio Tejada
20 de Octubre de 2017



lunes, 2 de octubre de 2017

ANDAR SIN RUIDO de Carlos Frontera. Editorial Páginas de Espuma.

ANDAR SIN RUIDO de Carlos Frontera.
ANDAR SIN RUIDO de Carlos Frontera. Editorial Páginas de Espuma. 160 páginas. Relato.

ANDAR SIN RUIDO de Carlos Frontera. Editorial Páginas de Espuma. 160 páginas. Relato.

En este libro las “palabras no resultan impostadas ni torpes”. Andar sin ruido es un conjunto de relatos nada clásicos que, apilados como “las cajas de sus novias, unos juntos a otros”, ocupan el lugar mágico de la buena lectura. Y es que Carlos Frontera es “un experto en seísmos” como lo demuestra este libro de cuentos o sus greguerías de Facebook. Se ponga como se ponga, en serio o en broma, Carlos, como un Rocky Balboa de la performance, siempre consigue arrancarte una sonrisa; pero a la par también te inocula una sobredosis de reflexión con carga de profundidad incluida, donde significantes y significados se diluyen los unos en los otros formando un entramado de nuevos pensamientos.

Carlos Frontera se nos brinda como un rastreador que busca las huellas de las vivencias y de las palabras, el destello de las cosas y de los acontecimientos más insignificantes para transcenderlos con su mirada traviesa y juguetona. Busca a través de la insinuación (y de la enumeración) transcender el lenguaje del cuento, el significado de los detalles y la vida útil-sutil de las palabras. La cotidianidad se enaltece con su prosa y su manera de contar, adquiere rango (bando) de hazaña o de hito, en definitiva, transciende lo ordinario para dotarlo de una magnificencia extraña. Carlos es ingenio y pura intuición, tiene un sexto sentido para reflejar lo que su mirada ve.

Es un libro que “no se deja acariciar, pero si (te acercas) sin hacer ruido, no huye ni se aparta” –página 34, antes al contrario, busca tu curiosidad y la encuentra, entonces ya estás perdido, te ha hecho suyo y no te soltará hasta el final. “La mejor opción (para leerlo es) ir a tientas” con todos los sentidos, porque los embriagará todos hasta rozar lo escatológico, porque para leer este libro “Quizá el truco sea ese: tolerar una cierta dosis de repugnancia…” Y aunque nos cuenta en la página 44 que… “las palabras a veces se quedan sin pilas y no llegan a tiempo”, este no es el caso; Andar sin ruido puede presumir de narrador porque las palabras funcionan con precisión y los cuentos se terminan de completar en la mente del lector. “Las madres se lo pasan en grande llenando las estanterías con fotos de sus hijos… es su manera de hacer poesía” –se  nos dice en la página 21. De parecida manera el autor proyecta sus relatos en nuestra mente como fotografías, y aunque “no les pidas un haiku, un soneto o un verso libre” están llenos de poesía, de suspense y de un humor exquisito y estrambótico. Como dice Eloy Tizón: “Nuestra mesa de trabajo, como escritores, es la mente del lector”, y bien que la usa Carlos Frontera, esa mesa, para armar sus historias.

Una paleta de relatos exquisita te esperan en este libro. Desde el sobrecogedor relato de “Todas las familias felices” al desquiciante y sarcástico relato de “Una ligera sensación de puaj” o el tétrico cuento de “Andar sin ruido”. El jocoso, gracioso y divertido “Ha muerto Michael Jackson, el irónico “Acto de amor”, el relato del cenicero “Transparente y no” lleno de desasosiego, angustioso y surrealista; algo apasionado como “Romper el encantamiento” y descorazonadores como “Si todos los chinos saltaran a la vez” y cruel y emotivo como “Obrar bien”. A modo de tratado seudo-erótico y de-mente, caricaturesco hasta rozar el esperpento y cómic-o como “Conquistar más cotas”, o más kafkianos como los dos últimos.
En cierta medida sus cuentos son como “una foto sin apenas cicatrices en la que descubres a alguien que te recuerda a ti, que se te da un aire, alguien con menos arrugas en la mirada y más futuro entre los dedos” –dice en la página 21. Los relatos no se cierran, los deja abiertos para que los acaben, a su antojo, los lectores. Son relatos con rampas a tres aguas si no más, te invitan a especular e imaginar nuevas posibilidades y otros finales y significados y aunque nos dice en la página 30 que “Escribir es de cobardes. Escribir está sobrevalorado, siempre lo ha estado”, él escribe como un valiente, escribe jugándose el tipo en cada lance y el resultado es una buena cosecha. “En ciento veinte minutos cualquiera podía enamorarse… dan hasta para morirse” –página 33, pues imaginad lo que dan estas 160 páginas, enganchan y no deseas que terminen nunca ya que cuando terminan tu ropa huele a él y a sus cenizas. Autor y lector se funden.

            Andar sin ruido es un libro lleno de emociones, de sonidos, de olores, de sabores, de colores… lleno de compases y timbres, de frecuencias de radio, de muelles que chirrían por todas partes, de parqué que cruje… Una onda expansiva de renglones y párrafos que saltan a la vez alterando “el eje de rotación” de tu cabeza de lector. Paradójicamente resulta ensordecedor.

            El autor de Andar sin ruido va camino de ser un macho-autor alfa (voluptuoso) de una gran manada de seguidores-lectores, en mi opinión, el tiempo dirá. ¿Quizá porque…”su tembleque adquiere la forma de juegos de palabras, de desplazamientos semánticos, pamplinas como cortinas de humor con las que pretende enmascara su estado, ocultar su inseguridad”? –página 12. No lo sé, pero después de haber leído estos cuentos, en sentido figurado y literario, “prometo serte fiel hasta que lamerte no se pare”.

Opiniones de lector.
Custodio Tejada.
27 Septiembre de 2017
http://custodiotejada.blogspot.com.es/





domingo, 24 de septiembre de 2017

LA FUERZA VIVA de Alejandro Simón Partal. Editorial Pre-textos.

LA FUERZA VIVA de Alejandro Simón Partal. Editorial Pre-textos.


LA FUERZA VIVA de Alejandro Simón Partal. Editorial Pre-textos. Premio de poesía Arcipreste de Hita 2016. 54 páginas.

LA FUERZA VIVA de Alejandro Simón Partal. Editorial Pre-textos. Premio de poesía Arcipreste de Hita 2016. 54 páginas.
El futuro de la poesía, pienso yo, y máxime sabiendo que la hojarasca de las bibliotecas y de los premios no para de crecer y multiplicarse, que no será tanto de los autores o de los libros como de los versos y los poemas. Dichoso el autor que tenga un poema magnífico que lo salve y lo redima del olvido, si tiene más de uno llegará a los libros de texto y a los paraninfos. Y si consigue reunir, de entre toda su obra, una antología de poemas únicos y excepcionales será un genio digno de inscribirse en el Parnaso con letras capitales y mayúsculas. Qué fácil y tiñoso resulta criticar los premios cuando no se tienen y qué prepotente resulta defenderlos cuando se poseen. Aunque los premios no son la panacea de la creación literaria sí son acicates para conquistar el mercado, hacerse nombre y seguir adelante, pero no siempre  cautivan al lector. En este caso comparto el júbilo con el autor porque La fuerza viva de Alejando Simón Partal te atrapa con su poesía fresca y directa, sin tapujos, y con su propósito de mar trovador que convierte un conjunto de experiencias en un oleaje poético y existencial.
                La Fuerza viva es un librito (breve y bueno) de poesía que, como frasco de perfume, rezuma amor y coraje, y donde el autor muere en cada verso por… “que murió de amor (al escribirlo), como mueren los/ que vinieron a vivir de otra forma.” –nos dice en la página 17. Lo escribió, según nos advierte, en Boulogne sur Mer, en Francia, mientras ejercía de lector, quizá por eso el mar penetra por sus páginas. La figura del padre del poeta, como una sombra alargada y fuerza vivísima, envuelve todo el poemario. Alejandro Simón, en este libro, se muestra trasparente, se desnuda, se entrega, se da en comunión para ser devorado como si fuera el perfumista Jean-Baptiste Grenouille en las últimas páginas de la novela El perfume, de Patrick Suskind.
                Unas citas nos alumbran el parto y ambientan el camino. Lo abre una de Wislawa Szymborska: “Nadie en mi familia murió de amor”, otra de Ricardo Molina: “¿De qué me sirve que hayas creado hermoso el mundo?”, otra de El Cordobés: “Yo tuve un padre de humo”, y la que lo cierra, de Vicente Aleixandre: “Yo sé que todo esto tiene un nombre: existirse.”
                ¿Cómo se prepara uno/ para lo que no se puede aceptar?, pregunta en la página 17, pues superando los miedos y sublimándose que es lo que hace nuestro poeta. La fuerza viva te atrapa conforme te adentras en ella, con una poesía llena de experiencia que respira cierto aire pop. Repartidas como semillas mágicas que esperan su fertilidad, nos encontramos en su poesía, cuidadosamente sembradas, las palabras “mantra” de una época que te seducen mientras las lees y crean una atmósfera de interconexiones: Shawarma, Coca cola, Apple, piercing, Refugees Welcome, glory holes, techno trance…, porque Alejandro busca “su lugar en el tiempo”, se nos dice en la página 38. Y conforme vas leyendo atisbas una escenografía intertextual del momento que vive el poeta y sus ojos: (la película Las Leandras de Eugenio Martín y protagonizada por Rocío Dúrcal, Lola Flores y su hijo, Alice Oswald, General San Martín, Louis Garrel, The Police…)
                Alejandro Simón Partal, en su cotidianidad y en la aparente sencillez de su poesía se sabe eterno y tranquilo “como esos tomates gloriosos… con un poco de aceite”, o esa sandía enterrada y fría, sabiendo “cristalizar lo que importa” como la sal. Partir de lo finito y lo concreto para alcanzar lo infinito y lo impreciso. Busca el amor, aunque pareciera que huye de él, y se encuentra con la vida y la muerte, y el poeta se queda con lo fundamental y lo suficiente: un puñado de recuerdos y emociones que le acompañan como equipaje en ese “dejarse llevar” por la trama a través de los poemas y de la vida en busca de la serenidad del futuro que “progresa sin dejar de ser rutina”. En la página 35 el poeta nos dice que los poemas son “Toboganes… (que) pasan con facilidad del ocio a la quemadura” en esa búsqueda coherente de su voz amante, y así lo demuestra la retahíla de intertextualidades que recorren el poemario a modo de señales autobiográficas.
Su poemario, La fuerza viva, es, al fin y al cabo, una casa con techo y suelo, un “puñado de tabiques/ que cumplen su misión de estructura” donde ubicar su secreto a voces y a fuerza viva, porque vivir es a veces no poder demostrarlo, y eso es lo que precisamente intenta nuestro poeta.

Opiniones de lector.
Custodio Tejada
20 de Septiembre de 2017



viernes, 21 de julio de 2017

LOS FANTASMAS DE YEATS de Antonio Rivero Taravillo

LOS FANTASMAS DE YEATS de Antonio Rivero Taravillo



LOS FANTASMAS DE YEATS  de Antonio Rivero Taravillo

Editorial Espuela de Plata. Narrativa. 280 páginas.
    
        Como “ese médium que es… siempre todo lector”, que se dice en la página 210, voy a tentar la suerte como los toreros, intentaré dar mi opinión y aproximarme a Los Fantasmas de Yeats y a Antonio Rivero Taravillo, su autor; pero que conste que, por si las moscas, mi casa la he llenado de gatos de Angora y he leído esta obra como si fuera un “tablero en una ceremonia ouija”. Y que conste que no quiero “atemperar (mi) morenez con el brillo de (la) zalamería” –como se dice en la página 85 del libro.

Que Antonio Rivero Taravillo bebe los vientos por la literatura ya lo sabemos, pero esta novela lo confirma más aún si cabe. No sabemos si nuestro autor, la primera vez que pensó en Los Fantasmas de Yeats, exclamó admirado como la señorita Willerton en el relato La Cosecha de Flannery  O´Connor: “¡los irlandeses! ¡los irlandeses!”, quizá porque “su acento… era muy musical, y su historia… ¡espléndida!.” Y “como el oído es tan lector como el ojo”, advertimos que el oficio de poeta y traductor de Antonio Rivero Taravillo se transparenta en la partitura de esta novela.   La mirada de Antonio Rivero Taravillo, que escribe la novela como un zahorí, encuentra paralelismos que te llenan de asombro y dan rango de credibilidad al argumento y su hipótesis de trabajo, como clave de todo. Su escritura no es nada automática, al contrario, cuidada y bien trabajada. Un tour de force literario del que sale airoso.

Se pregunta en la página 247: “¿Qué estarán escribiendo los autores de hoy? ¿Qué tipo de poesía  harán?”. Pues no podemos olvidar que el año 1927 es un annus mirábilis de la poesía española, y también dentro de un contexto europeo, hay que decirlo. Como diría Ibon Zubiarur sobre William Butler Yeats, uno de los mayores poetas en lengua inglesa del pasado siglo: “bastantes de las vías que ensayó pueden leerse en paralelo con las que iba a proponer muy pocas décadas después la poesía española”. Y eso es lo que hace Antonio Rivero Taravillo, aprovechar los paralelos de Yeats con la poesía española para armar su novela.
  

          Los Fantasmas de Yeats, cual enciclopedia de nombres y datos y libros, suena como una elegía. “¿Es la ventriloquía de la tragedia?” –pregunta en la página 258, de una visita apenas aprovechada a la que pone voz nuestro autor y de una generación de escritores que viven un momento dulce sin avistar lo que se les avecinaba. Los Fantasmas de Yeats se pasean por esa Sevilla llena de reminiscencias irlandesas, casi convertida en callejero de Irlanda, incluso; novela que en cierta medida hace una biografía sui generis, homenaje a Góngora y a la Generación del 27, a la tauromaquia, a Yeats e Irlanda y el ocultismo. La novela nos “cambia de tercio y (nos) enreda en lances esotéricos” página 163. Hilos todos ellos que se entretejen, capítulo tras capítulo, hasta hacerse tapiz de simetrías, paralelismos y pensamientos, de pasado y de futuro, de realidad y ficción… que tan bien nos ha traducido nuestro excelente médium literario: Antonio Rivero Taravillo, y donde “la intersección de un mundo con otro, no tanto paralelos como sobrepuestos” –dice en la página 146, nos seduce y nos conduce por las páginas transmigradas, hipnotizadoras y visionarias. Todo el libro es una seance (sesión de espiritismo literario), una visión que recrea un momento único de la literatura que pasó de puntilla. Y es que el autor, como MacBride, va en busca de su misión: escribir una buena historia, o al menos intentarlo, porque no tiene plan de huída, y lo consigue “desgañitándose (con) el himno feniano: De nuevo una nación (novela)”, una buena novela que Antonio nos cuenta “como en trance, más recitándola que narrándola”, como dice en la página 121, que es como Yeats le cuenta la historia de Cuchulain a George.

           Se nos dice en la contraportada que “es una novela singular que trata del viaje real pero prácticamente descocido de William Butler Yeats y su esposa a Sevilla en 1927, tres semanas antes del famoso homenaje a Góngora de la Generación del 27”. Y de ahí parte (el autor) para (re)crear su fantasmagoría; “Como en una epopeya irlandesa, como en un romance de Villalón o una corrida de Sánchez Mejías” –dice en la página 257. Un revuelo de casualidades nos hace pensar que lo sucedido ocurrió tal y como lo hemos leído y no de otra manera. La exposición de los hechos y anécdotas (reales o inventadas) nos llevan a verlo como un erudito “de alto abolengo” y un excelente cicerone, que nos guía por su saber y por el mar de coincidencias que ha tramado para armar el argumento y su trasmundo, y presumir así del “don de la clarividencia” que tiene Antonio Rivero para partiendo de una casualidad histórica  desentrañar toda una época.
  
          Como diría Roberto Juarroz “la ausencia de la palabra” es mucho más que silencio, sin palabras no hay recuerdos ni historia, es lo que no existe: el olvido. Y a esa ausencia es a lo que pone remedio Antonio Rivero Taravillo escribiendo esta novela, ya que rellena con palabras la oquedad de un viaje y un momento de la historia que viste con excelentes renglones “porque las palabras recogen vestiduras/ abandonadas/ y regresan después empujando al pensamiento” y “porque existe un hueco que hay que llenar”, y él lo llena con credibilidad y buen oficio.

Con descripciones bastantes poéticas, a veces con diálogos y lecciones magistrales de narrador omnisciente o con poemas prestados y cartas, y sin hacer ninguna “escabechina de gato” nos arranca alguna sonrisa que otra. La poesía no falta, la ajena y la propia, ni el sentido del humor: “Ríos de oporto parecían desembocar en el océano a la altura del barco y directamente en la copa de ella, con mar de fondo ya trayéndola hacia su resaca” página 24. 59 capítulos que no se hacen nada largos ni pesados consiguen que la lectura avance con digestión cómoda, aunque densa. Musicalidad y juegos con el lenguaje que quizá sean guiños de homenaje a Luis de Góngora y de paso también a James Joyce: “…una pareja negriparda de mirlos, que se elevó pardinegra por el aire entre sonoras protestas” –dice en la página 54. “Como el gorgorito del gongorino Alonso” página 164, “El Guadalquivir va crecido como un toro y arrastra desde la Córdoba de Góngora fango y agua pródiga que se desborda en las riberas” página 162. Ingeniosos juegos de palabras que buscan relaciones mágicas y esotéricas de significantes y significados, a lo James Joyce: Gong-Gonne, Güines-Guinness, Sevilla-sybil-Sibila, “una botella que dormía su noche oscura del  as(l)ma” página 57, “¡Maldito Parnell!” página 147, Senado-seance, Pound-punt, Giralda-Big-Ben-giros-gyres-Giraldus, azar-azahar-bazar, regicidio-king size… He recorrido el camino de Yeats agarrado de la ouija de la intertextualidad y sus menciones, que han sido otros médiums puestos al servicio de la historia y que interactúan con la mente del lector. Así, esta letanía/retahíla de nombres (como algo paranormal o una sesión de espiritismo literario) golpean en las sienes mientras lees: Homero, Joyce, Ulises, Lenin, Shakespeare, Blake, Paracelso, Irving, San Juan de la Cruz, Pessoa, Isis, Rabindranath Tagore, Blavatsky, Generación del 27, San Agustín, R.L. Stevenson, Drácula, Cábala, Pierre Louÿs…, que como un retablo nos alecciona y nos introduce en la época y el pensamiento; ya que en esa barahúnda surge en “voz alta el hilo poderoso de (su) la telepatía” página 24. Sí, es una novela llena de datos, de nombres, de libros, de ritos y leyendas, de coincidencias y simetrías, de lugares, de versos. Y es que el libro es “una misma calle o plaza en las que se cruzan () trayectorias pero donde casi nunca, o jamás, se produce el encuentro” –se dice en la página 234. En la novela se está haciendo continuamente metaliteratura, como parte esencial de la misma.
  
          Los Fantasmas de Yeats deja el final en suspense, un final cuyo desenlace sabemos, y cuya tragedia nos suena a poema de Lorca. La proyección que deja abierta hacia el futuro es, paradójicamente, una constatación histórica del pasado certero, quizá la más verídica del libro. El capítulo 47 te pone los pelos de punta con su augurio tan bien narrado y que anuncia el final. Y cuando terminas la lectura crees que Antonio Rivero Taravillo te ha visitado astralmente, o sea, literariamente hablando, y te lo imaginas bajo el amparo de “las noches sevillanas, pletóricas de farra y versos”, como dice en la página 177. Y como “quienes tienen que tropezarse, lo hacen” –se dice en la página 234, así espero el momento de nuestro traspié para estrechar sinceramente nuestras manos.

Custodio Tejada
16 de julio de 2017
Opiniones de lector.